Por Antonio DIAZ TORTAJADA
Sacerdote-periodista
Señor:
Cada mañana cuando el sol ilumina nuestros corazones
amanece un día triste para el mundo,
un día amargo y sombrío.
Y aunque ha salido el sol sobre nuestras vidas,
aún permanecen las sombras de la noche sobre muchos corazones.
A tus manos, Señor,
confiamos el regalo de la vida que nos diste
y que nosotros, como niños, lo hemos hecho añicos.
Cada minuto el hombre se toma la justicia en sus manos.
Las sombras de la cultura de la muerte
nos atenazan
y nos creemos con el derecho de decidir quien puede vivir y quien no.
Cada minuto el hombre vuelve a erigirse juez
cuando le roba o le destruye la vida a la persona inocente.
Señor Jesús:
Tu actitud ante el sufrimiento de cualquier persona
fue la de compasión y de dar vida.
Nunca de acabar hundiendo a la persona en el dolor y la muerte.
Con tu autoridad amorosa
hacías descubrir a la persona la bondad del Padre bueno
que hace salir el sol sobre justos e injustos,
y sus enfermedades del cuerpo o del alma,
se fundían en lágrimas,
con arrepentimiento, con gratitud, con alegría y disposición a seguirte.
Reinsertabas a la persona en la corriente de la Vida.
Señor Jesús:
Tú viniste a nosotros
para hacernos descubrir el camino, la verdad y la vida.
No el poder, la autoridad insolidaria, el castigo o la muerte.
¿Cuanto tiempo tendrá que pasar
para que todos los hombres descubramos
la verdad de tu camino
que lleva a la vida en abundancia?
Señor Jesús:
Tú sabes que todos nosotros
escondemos dentro del corazón
resentimientos y deseos de venganza.
Tú nos quieres conscientes de esto.
Y a partir de la conciencia de estos pensamientos malévolos
que llevamos en nuestro interior,
nos quieres compasivos con cualquier hermano.
Recordamos lo que nos dijiste a raíz de la mujer adúltera.
Nos quieres capaces de perdonar.
Tú nos diste ejemplo en la cruz perdonando a tus verdugos.
Tenemos hoy especialmente presentes,
en esta plegaria,
a tantos y tantos condenados a muerte actualmente en el mundo:
Personas que nunca vieron la luz porque fueron asesinadas en el vientre materno.
Personas que tal vez nacieron sin que nadie se alegrara de su llegada al mundo.
Personas que no tuvieron su cuenta de amor,
de reconocimiento y de apoyo para salir airosos de una difícil adolescencia.
Personas que vivieron tiempos de odio, violencia y guerra
en que las situaciones superan al individuo.
Personas pobres arrinconadas en la cuneta de la historia
a quienes se les hace difícil sobrevivir.
Personas, hombres y mujeres,
víctimas de la violencia doméstica
que supera los cauces del diálogo familiar.
Personas ancianas y enfermas,
muertas a causa de la indiferencia o de una presunta piedad.
Personas que tal vez que nacieron con mermada inteligencia.
Personas normales que simplemente
pasaron por un mal lugar en un mal momento.
Personas inocentes cuyos medios económicos
no les permiten hacerse defender debidamente.
Incluso, tal vez, personas que fueron condenadas
por luchar pacíficamente por sus derechos y el respeto a todo ser humano.
Que el Dios de bondad tenga misericordia de todos ellos y de todos nosotros.
Ayúdanos, Señor, para hacer un mundo más justo,
más acorde con las enseñanzas de tu Hijo Jesús.
Un mundo donde la cultura de la muerte
sea definitivamente abolida de la tierra,
donde la cultura muerte
sea un vergonzoso recuerdo de tiempos ya superados.
Y reine siempre la civilización de la verdad y del amor,
para alabanza y gloria de Dios Creador
y amante de la vida. Amén
No hay comentarios:
Publicar un comentario