
LA RELIGIOSIDAD POPULAR, UN RETO PARA LA EVANGELIZACIÓN
Por Antonio DÍAZ TORTAJADA
Sacerdote-periodista.
Sacerdote-periodista.
Presidente de la Comisión Diocesana de Religiosidad Popular.
El reverendo Antonio Diaz Tortajada va a compartir con los lectores de EOS, las palabras que pronunció ante sus compañeros sacerdotes, con respecto a "LA RELIGIOSIDAD POPULAR , UN RETO PARA LA EVANGELIZACIÓN": hoy la segunda parte.
Podemos
efectuar el análisis de la realidad social a través de dos tipos de técnicas:
cualitativas o cuantitativas. La elección suele depender de una serie de
razones, como pueden ser el propio tema de la investigación y el objetivo que
se pretende conseguir con ella.
He
recurrido para realizar este trabajo a la "entrevista en
profundidad", que es una técnica sociológica de índole cualitativa, que
posibilita el acercamiento a las actitudes subyacentes en los entrevistados, y
permite, a partir del análisis de los discursos y de la observación de los
participantes, captar la lectura y la interpretación de la realidad y de los
comportamientos asociados a ella que realizan los propios protagonistas.
Además, facilita laobtención de datos, basados en las informaciones verbales de
los actores sociales[7].
Mediante
el método analítico - inductivo he realizado un análisis y una valoración de
los elementos y principios generales implícitos e integrados en las
manifestaciones de la religiosidad popular. Este análisis me ha ayudado a no
confundirla ni a identificarla únicamente con sus formas externas, sino a ir
más allá de las apariencias y a buscar las motivaciones, los significados, las
actitudes y los valores subyacentes. También me ha dado oportunidad de observar
atentamente los fenómenos religiosos, con sus valores positivos y negativos.
Esto me ha permitido llevar a cabo una confrontación de los resultados empíricos
con las teorías y reflexiones de los documentos aludidos, resaltando las
convergencias y divergencias.
Soy
consciente de que las conclusiones que presento como fruto de esta reflexión,
aun siendo amplias y significativas, no son exhaustivas, pero aportan datos
representativos y señalados que permiten fundamentar, promover y fomentar un
proceso de transformación personal y social que sea liberador, desde un punto
de vista humano, y salvífico desde una perspectiva teologal de religación.
A
la vez invitan a la elaboración de otras conclusiones complementarias, que
superan las posibilidades y los objetivos de las que aquí presento.

Dicho
estudio me ha puesto de manifiesto que la dimensión religiosa de la persona y
la dimensión trascendente des ser humano es una experiencia de vida que ni una
opción atea, ni una sociedad secularizada, ni unos medios de comunicación
hostiles pueden suprimir.
Me
ha llevado a la constatación de que uno de los pilares de la cultura de nuestra
Iglesia es el de los valores y las vivencias religiosas del pueblo. Y de que se
reflejan en ellos los rasgos principales de la religiosidad popular. Me ha
permitido igualmente comparar las conclusiones teóricas del trabajo con la
realidad práctica expresada por el grupo de personas elegidas como muestra.
Asimismo,
me ha posibilitado presentar orientaciones, metas, acentos, contenidos básicos
y convicciones pedagógicas fundamentales, a partir de las expresiones
religiosas populares, destacando los elementos que se deberían tener en cuenta en
nuestra Iglesia en el momento histórico y la cultura actual, para potenciar los
valores positivos, que pueden ser aprovechados para generar un pensamiento
crítico comprometido que ofrezca alternativas a las grandes desigualdades del
mundo actual, y para encauzar sus límites, lo negativo, los riesgos,
dificultades y desviaciones, de forma que puedan ir encontrando su
lugar en la sociedad concreta de nuestra región y de nuestra época.
Estas
orientaciones postulan que cualquier acción que se programe debe partir siempre
de un análisis de la realidad que ayuda a preparar las estrategias adecuadas,
las cuales deben ser tomadas en el marco de un proceso de discernimiento, desde
una actitud de búsqueda, de diálogo y de apertura, y deben ser sometidas
periódicamente a una adecuada evaluación.
Cada
una de las acciones deben tener muy encuesta el lenguaje, tratando que se
adapte lo más posible a los destinatarios, usando adecuadamente los símbolos y
la narración, buscando la forma de recuperar los grandes relatos, prestando
atención a los medios de comunicación social y tratando de llegar a una
gramática cristiana que nos haga inteligible el lenguaje de la fe cristiana.
El
catolicismo, al que se vinculan en nuestra tierra la mayoría de las
manifestaciones religiosas populares, si no quiere verse reducido a un mero
folklore tiene que ganarse a pulso una autoridad basada en la praxis de un
pensamiento adecuado y la vivencia de un compromiso social.
Ha
de prestar atención a las demandas de la nueva cultura y de la nueva
humanidad teniendo en cuenta sus características fundamentales, buscando
caminar con todos los hombres de buena voluntad hacia una nueva ética global y
una civilización de amor y paz, de justicia y solidaridad
con la creación y con los pobres. Atiende de forma especial a los pobres y
trata de promover una educación y formación integral de todas las personas en
la familia, en la escuela, en la sociedad, en la Iglesia , en las distintas
estructuras del Estado y, especialmente, en los educadores.

II.-
EXPERIENCIA RELIGIOSA Y FENÓMENO RELIGIOSO POPULAR
Desde
la fenomenología religiosa, la religiosidad es el nombre que se da a las
diversas expresiones de la religión. Existen muchas teorías sobre la religión,
ya que el hecho religioso es un fenómeno pluridimensional: unas antropológicas,
otras fenomenológicas, otras históricas, otras culturales y otras religiosas[8].
No es la intención ni el objetivo de este trabajo hacer una síntesis completa
de las mismas, sino que me limitaré a citar algunos de sus rasgos más
destacados.
La
religión hace referencia a la relación de la persona con el totalmente otro, el
ser trascendente, la divinidad, como su realidad más fundante. Esta relación es
interior, voluntaria y libre, y está configurada por sentimientos, pensamientos
y actitudes.
La
persona manifiesta externamente estos movimientos internos y los expresa en la
sociedad en que vive, mediante ritos, obras artísticas, etc., que ponen de
manifiesto su carácter social y su sentido comunitario. Estos dos polos,
interior y exterior, se complementan, integran y aúnan[9].
Cuando
predomina la interioridad se acentúa la búsqueda de la verdad, lo que da lugar
a insistir en la dimensión intelectual, en la que el magisterio de los jerarcas
y la reflexión de los teólogos poseen una autoridad suprema e indiscutible y la
ortodoxia y el dogma se toman como criterio determinante del discernimiento.

Cuando
predomina lo externo, la expresión, el rito, la costumbre, es la dimensión
social la que adquiere el protagonismo, y es la base de la religiosidad popular[10].
La
religión cuenta con un sistema de mediaciones que crea una serie de vínculos de
pertenencia y comunión social. Está muy vinculada a la dimensión última de la
vida, lo que da lugar a una amplia riqueza de manifestaciones diversas, que van
de la piedad popular a la de los grandes místicos, de las burocratizadas a las
rituales. En ella se manifiestan las dimensiones más humanas de la religión,
así como su riqueza de matices y posibilidades[11].
Nace de la raíz misma del ser humano, y se la puede considerar como una faceta
profunda y constitutiva suya, a partir de un valor original e irreducible,
aunque para algunos es un subproducto de conciencia o un fenómeno derivado de
factores no religiosos, sea como proyección, alienación, ilusión o ideología.
Se
vive habitualmente en un contexto que está en relación con las realidades,
valores, ritmos y momentos primarios y fundamentales de la vida humana
(familia, trabajo, medio físico y cultural, convivencia, luchas, ideales,
etc.), y a la vez en ruptura con lo que esa vida tiene de cotidiano, sin más
horizonte que el de este mundo, y el de la historia simplemente humana dentro
de sus marcos.

Ese
horizonte se abre cuando lo divino se hace presente y los hombres descubren una
realidad superior y absolutamente otra, más allá de todo lo de aquí. Tiene
también connotaciones lingüísticas (tiene su propio lenguaje), y culturales.
Muchas de sus expresiones son simbólicas e intuitivas, más que racionales.
Revelan
el alma popular, configuran sus valoraciones éticas y tienen resonancias
sociopolíticas. Existe pues una proyección de la religión sobre la sociedad y
un condicionamiento social sobre la religión.
Cada
hombre está inmerso en una cultura de la que depende y sobre la que puede
influir. El hombre es a la vez creador de la cultura y fruto de la misma.
La
actividad cultural es una actividad histórica y social, inherente a la
condición humana. Todos los hombres forman parte de un determinado grupo
cultural, y por lo tanto todos tienen una cultura y la ejercen.
La
religión forma siempre parte integrante de ella. La fe se presenta siempre con
un ropaje cultural, por medio del cual el hombre da forma a sus concepciones,
experiencias y aspiraciones religiosas.
Desde
el punto de vista religioso, las culturas son como espejos que reflejan rayos
diferentes de la luz de una verdad mayor: La plenitud del misterio de Dios no
se expresa plenamente en ninguna cultura.
La
imagen que cada persona tiene de Dios se construye a base de las experiencias
que vive[12].
Sintetizando
podemos decir que cultura significa “la manera en que un grupo de personas
vive, piensa, siente, se organiza, celebra y comparte la vida. En toda cultura
subyace un sistema de valores, de significados y de visiones del mundo que se
expresan al exterior en el lenguaje, los gestos, los símbolos, los ritos y
estilos de vida”[13].
Etimológicamente
la palabra cultura tiene su origen en el cultivo de las plantas que realiza el
agricultor. Hace referencia a la dedicación humana profunda a la producción y
reproducción sistemática de una determinada especie. Por analogía la usamos
para indicar el proceso de educación o formación de la persona humana, en
cuanto miembro de una sociedad, encaminado a generar, cuidar y dar forma a
determinados valores universales, para el bien común de la humanidad en los
distintos grupos humanos.
Con
este término se designa también el conjunto de rasgos distintivos, espirituales
y materiales, intelectuales y afectivos, que caracterizan a una sociedad o un
grupo social. Esto lleva a las personas que pertenecen a ese grupo a entenderse
a sí mismos, a los otros y al mundo de una manera determinada. La cultura
supone inteligencia, voluntad, creatividad y conciencia.
Considerada
socialmente podemos decir que la cultura es aquella actitud de la conciencia
colectiva con la cual un grupo aprecia, prefiere y elige unos valores que
motivan un modo de vida distinto al de otros grupos. Va unida a unos modos de
vida, inseparablemente expresados, tanto en las orientaciones especulativas
como en los conocimientos prácticos, que han sido creados, aprendidos y
transmitidos de una generación a otra entre los miembros de ese pueblo
o sociedad.

Cotidianamente
las personas la asumen y transforman, imprimiéndole así un carácter dinámico.
Evoluciona continuamente gracias a nuestra aportación. “Es el sistema
común de vida de un pueblo, como resultado de su historia, de la adaptación
entre su población humana y el medio ambiente en que habita, transmitido
socialmente. Es un proceso que se va realizando mediante técnicas productivas,
mediante estructuras organizativas, a nivel económico, social y político, y
mediante concepciones de la vida de tipo científico, mitológico, estético,
religioso, etc. (...) Abarca todos los niveles que componen el sistema social,
en su complejidad, interrelacionándose entre sí, operantes de modo consciente o
inconsciente”[14].
El
hombre se da siempre en una cultura particular, pero no la agota. En el hombre
existe algo que transciende las culturas, lo que permite que no sea prisionero
de ninguna de ellas. Por eso la cultura nos remite al plural, porque lo que da
en realidad son las culturas, cada una con sus luces y sus sombras. Este
pluralismo cultural lleva a trabajar por el reconocimiento, la aceptación, la
tolerancia y la paz entre ellas desde una dinámica de la complementariedad y la
reciprocidad[15].

La
cultura permite cultivar el diálogo, la interacción creativa y la convivencia
pacífica de los individuos y los pueblos con la naturaleza y con los
demás, consigo mismo y con Dios, para llegar a una existencia plenamente
humana. Se relaciona con todo lo que atañe al conocimiento, las creencias, las
tradiciones, la lengua, el sistema de valores, la moral, el derecho, las
costumbres y cualquier otra capacidad. Este proceso permite a la persona
expresarse, tomar conciencia de sí, reconocerse como proyecto incompleto[16].
Pertenecen
a la cultura todo aquello con lo que el hombre perfecciona o desarrolla las
diversas facultades de su espíritu y de su cuerpo, con lo que se esfuerza por
someter a su dominio el orbe de la tierra mediante el conocimiento y el
trabajo; con lo que logra hacer más humana la vida social, tanto en la familia
como en todo el consorcio civil, mediante el progreso de las costumbres y de
las instituciones; con lo que, finalmente consigue expresar, comunicar y conservar,
en sus obras, a lo largo de los tiempos, sus grandes experiencias y anhelos de
espíritu para que puedan servir de provecho a toda la humanidad[17].
La
cultura está ligada al universo de creencias, criterios, valores, actitudes,
saberes, ideas, ciencias, letras, filosofía, artes, instrucción, costumbres y
normas sociales, símbolos e instituciones que comparten los miembros de un
grupo dado. Es todo lo que éste hace y expresa, como medio de manifestación y
defensa de su ser y de su amor a la vida. Supone una dimensión material,
intelectual y espiritual. Configura mentes, genera costumbres sociales y
hábitos y suministra una estimativa moral y estética y unos conocimientos técnicos
que permiten enfrentarse con la realidad del hombre y del cosmos, en su
circunstancia sociológica e histórica y en su dimensión de trascendencia o de
más allá, y transformarla, dominando el mundo y convirtiéndolo en su morada[18].
Se
refiere a las normas que acatan los miembros de una sociedad concreta, a los
bienes materiales que producen, a los modos socialmente adquiridos de pensar,
sentir, actuar y vivir. Todos los pueblos tienen cultura y todas las
manifestaciones específicamente humanas de vida están culturalmente
determinadas. Muchos pueblos definen hoy su nacionalidad a partir de su
identidad cultural. Las costumbres recibidas forman el patrimonio propio de
cada comunidad humana Antes de poder colaborar en el conjunto de la
humanidad, los pueblos necesitan reafirmar su propia identidad. Antes de saber
con quién están, necesitan saber quiénes son.
La
cultura engloba un conjunto de experiencias y prácticas atestiguadas en el
campo imaginario, simbólico y material, que confiere al grupo o pueblo un saber
acumulativo y un comportamiento normativo que fundamenta su sentido de la vida.
Este sentido estructurado, consciente o no, que legitima en última instancia
todas las conductas culturales del grupo, garantiza, en función de su
supervivencia en el presente y en el futuro, la adaptación ambiental,
geográfica, socio-histórica y cosmológica. Confiere un sentido colectivo y
permite la identificación y supervivencia de grupos e individuos. Ninguna
cultura es normativa para otra. Abarca solamente la globalidad de la vida de un
determinado grupo étnico o social. Ayuda a describir las diferencias entre
diversos pueblos y grupos sociales.
Hoy
hallamos en la sociedad dos tipos de culturas: unas de base científica y
técnica, que van avanzando progresivamente, y otras en las que predomina la
vertiente artística, literaria y moral que tiene sus raíces en el pensamiento
propio de las sociedades agrarias tradicionales, cuyo período de vida ha sido
tan largo - quedan aún continentes enteros y más de la mitad del planeta
viviendo en sociedades de cultura agraria, cuyos valores culturales resisten el
embate del proceso modernizador -, que ha ofrecido una serie importante de
elementos que se han incorporado profundamente en la naturaleza de los
individuos y han marcado los caracteres básicos de muchas conductas[19].

Todas
las personas se mueven siempre y necesariamente dentro de una cultura y están
marcadas por ella a través de: La lengua, que ayuda al conocimiento y al
pensamiento.
La
técnica, que ayuda a la acción y revela los valores dominantes de una sociedad.
Las
normas sociales, que modelan el comportamiento en un contexto de formas de
vivir comunes y socialmente adquiridas.
Los
valores, que orientan las opciones fundamentales de comportamiento personales o
comunitarias.
La
religión que penetra todo el ser, el pensamiento y el obrar del hombre.
El
modelo cultural es transmitido históricamente en los grupos humanos a los que
pertenece y con los que entra en relación por los procesos educativos y la
misma relación fundamental que tiene con el ambiente concreto en el que vive,
con significados encerrados en símbolos, mediante los cuales las personas
comunican, perpetúan y desarrollan sus conocimientos y sus actitudes
en relación con la vida.

Dentro
de la cultura el hombre se entiende a sí mismo, su razón de ser, su fin, sus
valores: todo lo que le da identidad y le muestra el camino de su realización y
de su felicidad.
La
“inculturación” es el proceso que siguen las personas y los grupos para
asimilar una cultura y sus valores. Desde la experiencia religiosa, el modo en
que cada cultura expresa y celebra su fe hunde sus raíces en los ancestros, en
las pulsiones más primitivas del inconsciente y en la búsqueda más radical de
cada corazón. Depende de cada lenguaje cultural.
Nuestra
cultura occidental ha empleado instrumentos tomados de diversas tradiciones
culturales (griega, romana, germánica, árabe...). La inculturación trata de
lograr una síntesis entre cultura y fe, que no es sólo una demanda de la
cultura, sino también de la fe. "Una fe que no se hace cultura es una fe
no plenamente acogida, no totalmente pensada ni fielmente vivida"[20].
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