
FOTOS MARIA JOSÉ TOMÁS CARLES
CAMINO
DE EMAÚS:DE IDA TRISTEZA Y VUELTA ALEGRÍA
Sacerdote-periodista
Querido cofrade:
“Conforme
al plan previsto y sancionado por Dios, os lo entregaron, y vosotros, por mano
de paganos, lo matasteis en una cruz". Por tanto, todo estaba previsto.
Hubo detalles que se anunciaron desde hacía mucho tiempo y que se cumplieron en
el instante determinado por Dios. De momento aquello parecía absurdo, extraño,
incomprensible. Pero al final todo se vería claro, se comprendería el porqué de
muchas cosas que antes no se podían explicar.
El
Hijo de Dios es condenado a muerte, y la muerte se ejecuta de modo terrible e
implacable. El que venía a librar a la humanidad de sus ataduras es maniatado,
el que venía a dar la vida a los hombres pasa por la humillación de morir
abandonado. Planes misteriosos de Dios, destinos extraños.
Hay
que mirar la vida así, como un plan previsto por Dios. Algo que su sabiduría y
su bondad han preparado de antemano. Y aunque nos cueste comprender, decir que
sí. Aceptar siempre, sea lo que sea, con una gran confianza, con una enorme
seguridad y serenidad de alma. Poner en sus manos nuestra vida y nuestra
muerte, nuestros bienes y nuestros males, y permanecer tranquilos, conscientes
de que pase lo que pase, realmente nunca pasa nada.
"Por
eso se me alegra el corazón, exulta mi lengua y mi carne descansa
esperanzada...”.
En
efecto, es un gran motivo para ser felices de verdad, para vivir contentos
siempre. Saber que todo lo que ocurra está previsto por Dios nuestro Padre.
Saber que Él nos ama y que sólo pretende nuestro bien. Saber que al final todo
terminará felizmente para los que nos esforzamos en amarle.
Clima
de gozo íntimo, de esperanza en carne viva, de alegría honda, de optimismo
primaveral. Cristo ha vuelto a la vida. Aquellos hombres, los apóstoles que, a
pesar de sus miserias, amaban entrañablemente a Jesús, se llenan de júbilo al
verle de nuevo entre ellos, al oír su voz, al escuchar aquel saludo tan
maravilloso: La paz sea con vosotros.
Por
encima de las nubes más densas siempre brilla el sol, y bajo el mar encrespado
hay siempre una gran calma. Así tiene que ser continuamente nuestra vida, llena
de serenidad y de calma. Anclados fuertemente en la fe, soportando con entereza
todos los vaivenes de la vida, logrando conservar la paz de espíritu, sabiendo
descubrir, tras lo que sea, la mano de Dios Padre que nos acaricia y nos
consuela.
Camino
de Emaús. Camino triste a la ida y gozoso a la vuelta. Iban cabizbajos, en
silencio, rumiando cada uno en su interior los hechos trágicos que habían
presenciado en el Calvario. El Mesías había perdido su poder, lo habían
maniatado sin que ofreciera la menor resistencia, aparecía vencido y a merced
de sus enemigos. Y ellos que habían pensado que Jesús de Nazaret sería el gran
caudillo libertador de su Pueblo, el elegido de Yahvé, el nuevo Gedeón o el
nuevo Moisés, que reduciría a la nada a sus poderosos enemigos, a la omnipotente
Roma. En cambio, el Maestro había sido apresado, juzgado, condenado y ejecutado
nada menos que en una cruz.
Qué
triste espectáculo el de aquel hombre desnudo y surcado por los latigazos de la
flagelación, despreciado por los de su Pueblo, crucificado por los enemigos de
Israel, colgado del madero a la vista de todas las gentes que habían llegado de
todas partes para celebrar la
Pascua. Dónde estaba el valor y la energía del Rabí, su poder
de curar a los leprosos y de expulsar a los demonios, de calmar los vientos y
el agua, de resucitar a los muertos. Parecía imposible que estuviera en la
agonía de muerte quien había afirmado que Él era la Resurrección y la Vida.
Sumidos
en estos pensamientos andaban cansinos, mientras otro caminante se les acerca y
les pregunta por la causa de su tristeza. Cuando le explican lo que ha pasado,
aquel desconocido les hace comprender que todo aquello estaba previsto en las
Escrituras santas, era parte de los planes de Dios. Poco a poco iban
entendiendo el sentido misterioso de aquella tragedia, se les disipaban
gradualmente las tinieblas que les inundaban, ahogándolos en un mar de
tristeza. Les ardía el corazón al escucharlo, sin darse cuenta de quién era.
Pero ellos le convencen para que se quede, pues ya es tarde y se echa encima la
noche. Y él se queda, se sienta con ellos a la mesa y les parte el pan...
Fue
entonces cuando lo reconocieron. ¡Era Jesús, el Maestro! ¡Estaba vivo! De
improviso desapareció. Quedan atónitos. No podían quedarse allí. Se olvidan de
que la noche ha llegado, y se vuelven corriendo a Jerusalén. El Señor ha
resucitado, dicen enardecidos. Sí, le contestan, también Pedro lo ha visto.
Desde ese momento el anuncio pascual se repite cada año, y despierta en
nuestros corazones la alegría de saber que Cristo ha vencido a la muerte.
La
cruz no fue el final desastroso sino el comienzo feliz de esta historia que se
inició en la Pascua
y terminará al final de los tiempos, la historia de nuestra salvación.

Cordialmente,
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