



























La primera semana, en familia al igual que en cada comunidad parroquial, encenderemos la primer vela de la Corona de Adviento, color
morada, como signo de vigilancia y deseos de conversión.
La conversión, nota predominante de la predicación de Juan Bautista.
Durante
la segunda semana, la liturgia nos invita a reflexionar con la
exhortación del profeta Juan Bautista: "Preparen el camino, Jesús llega"
y, ¿qué mejor manera de prepararlo que buscando ahora la reconciliación
con Dios?
En la semana anterior nos reconciliamos con las personas que nos
rodean; como siguiente paso, la Iglesia nos invita a acudir al
Sacramento de la Reconciliación (Confesión) que nos devuelve la amistad
con Dios que habíamos perdido por el pecado.
Encenderemos la segunda vela morada de la Corona de Adviento, como signo del proceso de conversión que estamos viviendo.
Durante dicha semana puedes buscar en los diferentes templos que tienes
cerca, los horarios de confesiones disponibles, para que cuando llegue
la Navidad, estés bien preparado interiormente, uniéndote a Jesús y a
los hermanos en la Eucaristía.
El testimonio, que María, la Madre del Señor, vive, sirviendo y ayudando al prójimo.
Y
precisamente la liturgia de Adviento nos invita a recordar la figura de
María, que se prepara para ser la Madre de Jesús y que además está
dispuesta a ayudar y servir a quien la necesita.
El evangelio nos relata la visita de la Virgen a su prima Isabel y nos
invita a repetir como ella: "Quién soy yo para que la madre de mi Señor
venga a verme?.
Sabemos que María está siempre acompañando a sus hijos en la Iglesia,
por lo que nos disponemos a vivir esta tercer semana de Adviento,
meditando acerca del papel que la Virgen María desempeñó.
Te proponemos que fomentes la devoción a María, rezando el Rosario en
familia, como tantas veces os ha recomendado Jose Angel Crespo aqui en EOS.
Encendemos como signo de espera gozosa, la tercer vela, color rosa, de la Corona de Adviento.
El anuncio del nacimiento de Jesús hecho a José y a María.
. Las lecturas bíblicas y la predicación, dirigen su mirada a la
disposición de la Virgen María, ante el anuncio del nacimiento de su
Hijo y nos invitan a "Aprender de María y aceptar a Cristo que es la Luz
del Mundo".
Como ya estará tan próxima la Navidad, nos reconciliaremos con Dios y
con nuestros hermanos; ahora nos queda solamente esperar la gran fiesta.
Como grupo debemos vivir la armonía, la fraternidad y la alegría que esta cercana celebración representa.
Todos los preparativos para la fiesta debieran vivirse en este
ambiente, con el firme propósito de aceptar a Jesús en los corazones,
las familias y las comunidades. Encendemos la cuarta vela color morada,
de la Corona de Adviento
La Corona de Adviento.La
Corona de Adviento tiene su origen en una tradición pagana europea que
consistía en prender velas durante el invierno para representar al fuego
del dios sol, para que regresara con su luz y calor durante el
invierno. Los primeros misioneros aprovecharon esta tradición para
evangelizar a las personas. Partían de sus costumbres para enseñarles la
fe católica. La corona está formada por una gran variedad de símbolos:
La forma circular: El círculo no tiene principio ni fin. Es señal del
amor de Dios que es eterno, sin principio y sin fin, y también de
nuestro amor a Dios y al prójimo que nunca debe de terminar.
Las ramas verdes: Verde es el color de esperanza y vida, y Dios quiere
que esperemos su gracia, el perdón de los pecados y la gloria eterna al
final de nuestras vidas. El anhelo más importante en nuestras vidas debe
ser llegar a una unión más estrecha con Dios, nuestro Padre.
Las cuatro velas: Nos hace pensar en la obscuridad provocada por el
pecado que ciega al hombre y lo aleja de Dios. Después de la primera
caída del hombre, Dios fue dando poco a poco una esperanza de salvación
que iluminó todo el universo como las velas la corona. Así como las
tinieblas se disipan con cada vela que encendemos, los siglos se fueron
iluminando con la cada vez más cercana llegada de Cristo a nuestro
mundo.
Son cuatro velas las que se ponen en la corona y se prenden de una en
una, durante los cuatro domingos de adviento al hacer la oración en
familia.
Las manzanas rojas que adornan la corona representan los frutos del
jardín del Edén con Adán y Eva que trajeron el pecado al mundo pero
recibieron también la promesa del Salvador Universal.
El listón rojo representa nuestro amor a Dios y el amor de Dios que nos envuelve.
Los domingos de adviento la familia o la comunidad se reúne en torno a
la corona de adviento. Luego, se lee la Biblia y alguna meditación.
Es preferible elaborar en familia la corona de Adviento aprovechando
este momento para motivar a los niños platicándoles acerca de esta
costumbre y su significado.

La corona deberá ser colocada en un sitio especial dentro del hogar, de preferencia en un lugar fijo donde la puedan ver los niños de manera que ellos recuerden constantemente la venida de Jesús y la importancia de prepararse para ese momento.
Es conveniente fijar con anticipación el horario en el que se
prenderán las velas. Toda esta planeación hará que las cosas salgan
mejor y que los niños vean y comprendan que es algo importante.
Es conveniente también distribuir las funciones entre los miembros de
la familia de modo que todos participen y se sientan involucrados en la
ceremonia.
























La corona deberá ser colocada en un sitio especial dentro del hogar, de preferencia en un lugar fijo donde la puedan ver los niños de manera que ellos recuerden constantemente la venida de Jesús y la importancia de prepararse para ese momento.


Señor
Dios bendice con tu poder nuestra Corona de Adviento para que, al
encenderla, despierte en nosotros el deseo de esperar la venida de
Cristo practicando las buenas obras, y para que así, cuando Él llegue,
seamos admitidos al Reino de los Cielos. Te lo pedimos por Cristo
nuestro Señor.
Todos: Amén.
La elección de las lecturas de Adviento nos ha puesto en frecuente contacto con Isaías.
Es el profeta por excelencia del tiempo de la espera; está asombrosamente cercano, es de los nuestros, de hoy.
Lo está por su deseo de liberación, su deseo de lo absoluto de Dios; lo
es en la lógica bravura de toda su vida que es lucha y combate; lo es
hasta en su arte literario, en el que nuestro siglo vuelve a encontrar
su gusto por la imagen desnuda pero fuerte hasta la crudeza. Es uno de
esos violentos a los que les es prometido por Cristo el Reino.
Todo debe ceder ante este visionario, emocionado por el esplendor
futuro del Reino de Dios que se inaugura con la venida de un Príncipe de
paz y justicia.
Encontramos en Isaías ese poder tranquilo e inquebrantable del que está
poseído por el Espíritu que anuncia, sin otra alternativa y como
pesándole lo que le dicta el Señor.
Conviene
reflexionar un poco sobre su personalidad.Los textos evangélicos no
dicen nada de la personalidad del profeta Isaías, pero le citan.
Incluso podemos decir que, a menudo, se le adivina presente en el pensamiento y hasta en las palabras de Cristo.






El
profeta apenas es conocido por otra cosa que sus obras, pero éstas son
tan características que a través de ellas podemos adivinar y amar su
persona. Sorprendente proximidad de esta gran figura del siglo VIII
antes de Cristo, que sentimos en medio de nosotros, cotidianamente,
dominándonos desde su altura espiritual.
Isaías vivió en una época de esplendor y prosperidad.
Rara vez los reinos de Judá y Samaría habían conocido tal optimismo y su posición política les permite ambiciosos sueños.
Su religiosidad atribuye a Dios su fortuna política y su religión
espera de él nuevos éxitos. En medio de este frágil paraíso, Isaías va a
erguirse valerosamente y a cumplir con su misión: mostrar a su pueblo
la ruina que le espera por su negligencia.



Perteneciente
sin duda a la aristocracia de Jerusalén, alimentado por la literatura
de sus predecesores, sobre todo Amós y Oseas, Isaías prevé como ellos,
inspirado por su Dios, lo que será la historia de su país.
Superando la situación presente en la que se entremezclan cobardías y
compromisos, ve el castigo futuro que enderezará los caminos tortuosos.
Mensajero terrible que anuncia el despojo de Israel al que sólo le
quedará un pequeño soplo de vida.Los comienzos de la obra de Isaías, que
originarán la leyenda del buey y del asno del pesebre, marcan su
pensamiento y su papel. Yahvé lo es todo para Israel, pero Israel, más
estúpido que el buey que conoce a su dueño, ignora a su Dios (Is 1,
2-3).
Pero Isaías no se aislará en el papel de predicador moralizante. Y así
se convierte para siempre en el gran anunciador de la Parusía, de la
venida de Yahvé. Así como Amós se había levantado contra la sed de
dominación que avivaba la brillante situación de Judá y Samaría en el
siglo VIII, Isaías predice los cataclismos que se desencadenarán en el
día de Yahvé (Is 2, 1-17). Ese día será para Israel el día del juicio.
Para Isaías, como más tarde para San Pablo y San Juan, la venida del
Señor lleva consigo el triunfo de la justicia. Por otra parte, los
capítulos 7 al 11 nos van a describir al Príncipe que gobernará en la
paz y la justicia (ls 7, 10-17).
Es fundamental familiarizarse con el doble sentido de este texto. A
aquel que no entre en la realidad ambivalente que comunica, le será
totalmente imposible comprender la Escritura, incluso ciertos pasajes
del Evangelio, y vivir plenamente la liturgia.
En efecto, en el evangelio del primer domingo de Adviento sobre el fin
del mundo y la Parusía, los dos significados del Adviento dejan
constancia de ese fenómeno propiamente bíblico en el que una doble
realidad se significa por un mismo y único acontecimiento. El reino de
Judá va a pasar por la devastación y la ruina.
El nacimiento de Emmanuel, "Dios con nosotros", reconfortará a un reino
dividido por el cisma de diez tribus. El anuncio de este nacimiento
promete, pues, a los contemporáneos de Isaías y a los oyentes de su
oráculo, la supervivencia del reino, a pesar del cisma y la devastación.
Príncipe y profeta, ese niño salvará por sí mismo a su país.
Pero, por otra parte, la presentación literaria del oráculo y el modo
de insistir Isaías en el carácter liberador de este niño, cuyo
nacimiento y juventud son dramáticos, hacen presentir que el profeta ve
en este niño la salvación del mundo. Isaías subraya en sus ulteriores
profecías los rasgos característicos del Mesías. Aquí se contenta con
apuntarlos y se reserva para más tarde el tratarlos uno a uno y
modelarlos. El profeta describe así a este rey justo: (Is. 11, 1-9).
Ezequías va a subir al trono y este poema se escribe para él. Pero,
¿cómo un hombre frágil puede reunir en sí tan eminentes cualidades? ¿No
vislumbra Isaías al Mesías a través de Ezequías? La Iglesia lo entiende
así y hace leer este pasaje, sobre la llegada del justo, en los maitines
del segundo domingo de Adviento.
En
el capítulo segundo de su obra, hemos visto a Isaias anunciando una
Parusía que a la vez será un juicio. En el capitulo 13, describe la
caída de Babilonia tomada por Ciro. Y de nuevo, se nos invita a superar
este acontecimiento histórico para ver la venida de Yahvé en su "día".
La descripción de los cataclismos que se producirán la tomará Joel y la
volveremos a encontrar en el Apocalipsis (Is 13, 9-ll).
Esta venida de Yahvé aplastará a aquel que haya querido igualarse a
Dios. El Apocalipsis de Juan tomará parecidas imágenes para describir la
derrota del diablo (cap. 14).
En los maitines del 4.° domingo de Adviento, volvemos a encontrarle en
el momento que describe el advenimiento de Yahvé: "La tierra abrasada se
trocará en estanque, y el país árido en manantial de aguas" (35, 7).
Se reconoce el tema de la maldición de la creación en el Génesis.Pero
vuelve Yahvé que va a reconstruir el mundo. Al mismo tiempo, Isaías
profetiza la acción curativa de Jesús que anuncia el Reino: "Los ciegos
ven, los cojos andan", signo que Juan Bautista toma de este poema de
Isaías (35, 5-6).

Podríamos sintetizar toda la obra del profeta reduciéndola a dos objetivos:El primero, llegar a la situación presente, histórica, y remediarla luchando.














Podríamos sintetizar toda la obra del profeta reduciéndola a dos objetivos:El primero, llegar a la situación presente, histórica, y remediarla luchando.
El segundo, describir un futuro mesiánico más lejano,
una restauración del mundo. Así vemos a Isaías como un enviado de su
Dios al que ha visto cara a cara. El profeta no cesa de hablar de él en
cada línea de su obra. Y, sin embargo, en sus descripciones se distingue
por mostrar cómo Yahvé es el Santo y, por lo tanto, el impenetrable, el
separado, Aquel que no se deja conocer. O, más bien, se le conoce por
sus obras que, ante todo, es la justicia. Para restablecerla, Yahvé
interviene continuamente en la marcha del mundo.
La
espera continúa. Continuará hasta el final de los tiempos. Hasta
entonces, Isaías, Juan Bautista y María seguirán siendo los grandes
modelos de la esperanza, y en sus palabras seguirá expresándose la
humanidad entera ansiosa de redención.Y como quedan quince dias, preparemonos como miembros de nuestras Cofradias
y Hermandades para este tiempo como primer paso, que nos llevará, a lo
que tanto esperamos.

No hay comentarios:
Publicar un comentario