Carta a un cofrade
LA FE IMPLICA QUERER VIVIR COMO JESÚS
Por Antonio DÍAZ TORTAJADA
Sacerdote-periodista
Querido cofrade:
La
fe cristiana es una adhesión personal a Cristo, a Cristo
crucificado. No se puede eliminar la cruz sin vaciar totalmente el
cristianismo. El Papa Francisco nos lo recordó al comienzo de su
pontificado.
Pedro
confesó alegremente que Jesús era el Mesías, el Cristo, pero no se
dio cuenta de lo que esto implicaba. Jesús se encargó de
recordárselo. La fe cristiana no es cuestión de dogmas y
afirmaciones teológicas. La fe implica querer vivir como Jesús,
afrontando la posibilidad de terminar como él, crucificado. La
proclamación de Jesús como el Mesías de Dios no es una invitación
al triunfalismo sino a seguir a Jesús sufriente. Pedro y todos los
demás tenemos que negarnos a nosotros mismos y cargar con nuestra
cruz detrás de Jesús.
Es
verdad que la adhesión de Pedro a Jesús tuvo sus altibajos y en uno
de ellos llegó a renegar de Jesús. Una vez llorado su pecado y
perdonado por Jesús, volvió al amor primero y confesó a Jesús
hasta morir por Él.
Perder
la vida por Jesús es la única manera de salvarla. La tentación de
querer salvar la vida, o la buena fama en un momento determinado, ha
llevado también a la Iglesia a este atolladero del que le está
costando trabajo salir. La única manera de ser creíbles es abrazar
la causa de los crucificados de nuestro tiempo, convertirse en
cirineos y samaritanos de todas las víctimas de la historia.
Son tantos los que hoy día han caído en manos de los bandidos y han sido despojados de todo.
Creer
en Cristo Jesús no es simplemente repetir fórmulas del catecismo,
aunque estas fórmulas sean necesarias para confesar juntos la misma
fe.
Creer
en Jesús es, como dice san Pablo, revestirnos de Él. Ese vestido no
es una realidad exterior que uno se quita y se pone. No es un puro
barniz de apariencia. Expresa más bien la transformación interior y
total de la persona. El que se ha vestido de Cristo re-presenta, hace
presente a Cristo, es Cristo. Cada uno de los creyentes es Cristo,
una presencia de Cristo en nuestro mundo, una prolongación de su
encarnación.
En
esta perspectiva, la fe cristiana abre un horizonte de novedad, no
sólo para el individuo, sino también para toda la comunidad humana,
en sus dimensiones sociales. En Cristo han sido abolidas todas las
discriminaciones: judíos-gentiles, esclavos-libres, hombres-mujeres.
Ciertamente que no se suprimen las diferencias, si no son
discriminadoras sino que representan una riqueza integrable en la
unidad. Todos somos uno en Cristo Jesús, sin perder nuestra
identidad y originalidad. Pero esa identidad personal es relacional.
Hace relación a Cristo, a los hombres y mujeres de nuestro tiempo,
invitados todos ellos a revestirse de Cristo y a seguir su estilo de
vida.
La
fe en Cristo no quita nada valioso a nadie. Los apóstoles, venidos
del judaísmo, estaban convencidos que aquello que ellos y sus padres
habían vivido durante tantos siglos había llegado a su plenitud en
el acontecimiento de Cristo Jesús.
Para
ellos orientar su vidas hacia Jesús no era renegar de su pasado sino
salvarlo.
También los diversos pueblos paganos que adhirieron a la fe cristiana experimentaron que ninguno de sus valores auténticos se perdía sino que adquiría un punto de referencia nuevo que garantizaba su realización concreta.
En
la eucaristía de cada domingo proclamamos nuestra fe en Cristo y lo
seguimos en sus palabras y gestos. Tengamos el coraje de proclamar
nuestra fe con palabras y obras en nuestra vida concreta.
Cordialmente,
ADT
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