SOMOS
LOS BRAZOS DE JESÚS
Por Antonio DÍAZ TORTAJADA
Querido cofrade:
La
crisis ha provocado múltiples recortes en la vida social y en la vida familiar.
Han afectado incluso a la alimentación, poniendo a veces en peligro el futuro
de los niños que no reciben la alimentación adecuada. Esta situación interpela
sin duda a la Iglesia. Ésta a lo largo de la historia se ha ocupado de los
cuerpos y no sólo de las almas. Fue siempre la primera en detectar las
necesidades de las personas. Con ello no hacía más que seguir a Jesús, que
tenía una capacidad especial para darse cuenta de las necesidades de la gente.
La Iglesia da una grande importancia a la realidad material y corporal y
celebra la fiesta del Cuerpo de Cristo. Jesús resucitado sigue teniendo un
cuerpo en el que lleva los signos de su pasión que se prolonga hoy día en
nuestro mundo.
El
evangelio nos pone en relación con la realidad del cuerpo, con una de sus
manifestaciones esenciales: el hambre. Los discípulos de Jesús quieren
desentenderse de la muchedumbre que lo sigue y le piden que los despida para
que vayan a comer. Jesús, en cambio, los sitúa ante la obligación importante:
dadles vosotros de comer.
La
reflexión de los discípulos era lógica pues había demasiada gente y para colmo
estaban en un lugar despoblado donde uno no podía procurarse lo necesario. Las
disponibilidades eran pequeñas: cinco panes y dos peces. Son suficientes para
que Jesús pueda hacer el milagro y saciar a la multitud. Los discípulos son los
instrumentos mediante los cuales Jesús hará llegar a la muchedumbre los
alimentos.
También
hoy la tentación de muchos es que el Estado solucione las necesidades de los
ciudadanos cuando en realidad es el Estado, con sus recortes, el que ha causado
esas necesidades. Por eso no podemos desentendernos de nuestros hermanos que
sufren. Somos nosotros los que tenemos que socorrerlos. Jesús no tiene hoy día
otros brazos para alimentar a la gente que los nuestros.
El
milagro de la multiplicación de los panes alude sin duda a la eucaristía como
fracción del pan, pan partido, compartido y repartido entre los hombres. Es el
pan de la fraternidad, el pan de la unidad. La Iglesia comenzó a existir en
torno a la Eucaristía. El memorial de la muerte y resurrección de Jesús unía a
los hombres en un solo cuerpo. Todos y cada uno de ellos estaba dispuesto a
proclamar la muerte el Señor hasta que vuelva. Esa memoria de Jesús no nos deja
tranquilos. Es una llamada a hacer lo mismo en memoria de él. De esa manera
Jesús se hace nuestro contemporáneo y continúa salvando al mundo.
Jesús
es el alimento de nuestras personas. El hombre no vive sólo de pan sino de toda
palabra que sale de la boca de Dios. Jesús es la Palabra, el Verbo de Dios, que
alimenta nuestra vida, a través de sus palabras de vida eterna. El hombre tiene
hambre de verdad, de poder dar un sentido a la vida. Es en la persona de Jesús,
en su vida y enseñanzas, donde encontramos la Verdad, la verdad misma de Dios y
nuestra propia verdad. El hombre tiene sobre todo hambre de amor. Es el amor lo
que verdaderamente nutre nuestras vidas. Jesús nos nutre con su amor en el pan
de la unidad. Hay relaciones personales que verdaderamente resultan nutrientes
y otras que siempre nos dejan con hambre. Jesús, al mismo tiempo que sacia
nuestra hambre, crea en nosotros siempre un mayor deseo de unirnos a él, de
transformarnos en él.
Esa
es la maravilla de la Eucaristía. No somos nosotros los que asimilamos a Jesús
a nuestras vidas. Es Jesús el que nos asimila e incorpora a su propia vida, la
vida misma de Dios. Ahora en esta Eucaristía acojamos al Señor en nuestras
vidas y dejémonos incorporar a Él para poder también nosotros alimentar a
nuestros hermanos.
Cordialmente,
Antonio
DÍAZ TORTAJADA
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