Agencias/ADT.-El Papa Francisco centro hoy su homilia en tres
palabras: “Evangelicidad, eclesialidad y misionariedad” y reivindicó la
piedad popular como “modalidad legítima” de ser y vivir la fe en la Iglesia.
Citando
a Benedicto XVI, el Papa Francisco destacó la importancia de la ‘evangelicidad'
de las Hermandades y de la riqueza de manifestaciones de la piedad popular, que
los obispos latinoamericanos definen como una espiritualidad una mística, un
espacio de encuentro con Jesucristo. Amen a la Iglesia, déjense guiar por ella
alentó el Santo Padre y, exhortando también a ser auténticos evangelizadores,
añadió: ¡sean misioneros del amor y de la ternura de Dios!
El
papa Francisco instó hoy a las Hermandades llegadas hasta la plaza de San Pedro
del Vaticano a que se mantengan "activas" en la comunidad católica,
desempeñando el papel de "auténticos evangelizadores" en la relación
entre la fe y la cultura popular.
Durante
la misa celebrada bajo la lluvia con miles de integrantes de hermandades de
todo el mundo, el pontífice quiso reconocer la labor de esta "realidad
tradicional de la Iglesia que ha vivido en los últimos tiempos una renovación y
un redescubrimiento", así como la "valentía" de los asistentes
al acto por desafiar al mal tiempo.
"La
piedad popular es una senda que lleva a lo esencial si se vive en la Iglesia,
en comunión profunda con vuestros pastores. Queridos hermanos y hermanas, la
Iglesia os quiere. Sed una presencia activa en la comunidad, como células
vivas, piedras vivas. Los obispos latinoamericanos han dicho que la piedad
popular es una manera legítima de vivir la fe", dijo Francisco.
"Amad
a la Iglesia. Dejaos guiar por ella. En las parroquias, en las Diócesis, sed un
verdadero pulmón de fe y de vida cristiana. Veo en esta plaza una gran variedad
de colores y de signos. Así es la Iglesia: una gran riqueza y variedad de
expresiones en las que todo se reconduce a la unidad, al encuentro con
Cristo", agregó.
En
una plaza de San Pedro adornada con los crucifijos y los estandartes de las
distintas hermandades a lo largo de la columnata de Bernini, el papa argentino
quiso recordar que estas asociaciones tienen una "misión específica e
importante, que es mantener viva la relación entre la fe y las culturas de los
pueblos" a través de la piedad popular.
"Sed
también vosotros auténticos evangelizadores -dijo-. Que vuestras iniciativas
sean puentes, senderos para llevar a Cristo, para caminar con él. Y, con este
espíritu, estad siempre atentos a la caridad. Cada cristiano y cada comunidad
es misionera en la medida en que lleva y vive el Evangelio, y da testimonio del
amor de Dios por todos, especialmente por quien se encuentra en
dificultad".
Esta
misa, celebrada en el sexto domingo de la Pascua, se enmarca dentro de la
celebración de la Jornada de las Hermandades y de la Piedad Popular, en el
ámbito del Año de la Fe promovido por el Consejo Pontificio para la Promoción
de la Nueva Evangelización, cuyo presidente, Salvatore Fisichella, dirigió un
saludo al papa al inicio del acto.
"Queridas
hermandades, la piedad popular, de la que sois una manifestación importante, es
un tesoro que tiene la Iglesia y que los obispos latinoamericanos han definido
de manera significativa como una espiritualidad, una mística, que es un
'espacio de encuentro con Jesucristo'", afirmó Francisco.
"Acudid
siempre a Cristo, fuente inagotable, reforzad vuestra fe, cuidando la formación
espiritual, la oración personal y comunitaria, la liturgia. A lo largo de los
siglos, las hermandades han sido fragua de santidad de muchos que han vivido
con sencillez una relación intensa con el Señor", agregó.
El
papa pidió a las hermandades que caminen con decisión hacia la santidad y que
no se conformen "con una vida cristiana mediocre".
Con
estas palabras de aliento y esperanza el Santo Padre concluyó su homilía:
«Autenticidad
evangélica, eclesialidad, ardor misionero. Pidamos al Señor que oriente siempre
nuestra mente y nuestro corazón hacia Él, como piedras vivas de la Iglesia,
para que todas nuestras actividades, toda nuestra vida cristiana, sea un
testimonio luminoso de su misericordia y de su amor. Así caminaremos hacia la
meta de nuestra peregrinación terrena, hacia la Jerusalén del cielo. Allí ya no
hay ningún templo: Dios mismo y el Cordero son su templo; y la luz del sol y la
luna ceden su puesto a la gloria del Altísimo. Que así sea».
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