La
donación veinte millones de la Fundación Amancio Ortega a Cáritas, institución
de la Iglesia católica (dimensión caritativa de la Iglesia) que se ocupa de un
millón ochocientos mil necesitados, es una buena noticia, ante todo para los
necesitados.
Es
también una buena noticia porque muestra el aprecio y estima de la que goza
Cáritas en el panorama español. Ojalá cunda el ejemplo y cada uno dé según
sus posibilidades para aliviar la situación de nuestros hermanos en
dificultades. El lenguaje de la caridad y del amor es el único que comprenden
nuestros contemporáneos.
Jesús
dijo que el amor a Dios y el amor al prójimo es lo más importante. Cuando
alguien de acuerdo con esto, esa persona no está lejos del Reino de Dios.
Quizás le falta el vivir de acuerdo con eso que cree. Sin duda hay en el
mundo muchos que tratan de vivir ese amor concreto al prójimo y estamos seguros
que no están lejos del Reino de Dios, que desborda las categorías más o menos
sociológicas que establecemos a veces los creyentes.
La
pertenencia al Reino tiene lugar a través de las decisiones profundas de
nuestro corazón. Esas decisiones tienen que ver con el amor. El amor
expresa la esencia y la vocación más profunda del hombre. Los mandamientos, que
expresan la voluntad de Dios sobre el hombre, no son algo que nos cae de arriba
y se nos impone. Expresan simplemente el camino de la realización de la esencia
de la persona humana, creada por amor y llamada al amor. Jesús introdujo
su explicación diciendo que “nuestro Dios es el único Señor”. Esa unicidad de
Dios es como un río de amor que se difunde a través de todo un circuito amoroso
al cual todos estamos conectados.
Tanto
Jesús como el letrado judío citan unidos dos textos originalmente separados,
uno que hablaba del amor de Dios y otro del amor al prójimo. En cierto
sentido ésa ha sido la genialidad de Jesús, a la que también se adhirió el
letrado. Se empezó la discusión preguntando por el primer mandamiento y se terminó
hablando del primer y el segundo mandamiento como si formasen una unidad. Es un
único mandamiento, el mandamiento del amor. Amor que tiene dos dimensiones,
amar a Dios y amar al prójimo.
El
amor a Dios es total e incluye todas las dimensiones de la existencia humana. Para
el judío la facultad de proyectar la vida es el corazón, que debe estar
orientado hacia Dios. El elemento más afectivo es el alma, que podemos
considerar también con su dimensión más o menos inconsciente.
Pues
bien, tampoco esas realidades más o menos oscuras de nuestra vida pueden
sustraerse al deber de amar a Dios y orientarse hacia él. El hombre
realiza su vida con los recursos materiales que Dios a puesto a su disposición.
También los bienes materiales que el hombre usa deben llevarnos hacia Dios.
El
amor al prójimo tiene como modelo el amor a sí mismo, cosa que todos podemos
entender. Sin duda Jesús, “nuestro sumo sacerdote, santo, inocente e
inmaculado”, nos invita a amar a los demás como Él nos ha amado. Nos
invita a estar dispuestos a dar la vida por los demás. Eso es más difícil de
entender. Tan sólo el que ha entrado en el Reino de Dios es capaz de
vivirlo. En la celebración de la eucaristía acogemos amor de Dios que viene a
nosotros a través de la vida y el misterio de Jesús para hacerlo presente en
nuestro mundo tan necesitado de amor.
Cordialmente,





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