Carta a un cofrade.Foto Guallart
LA VIRGEN, ENTRONCADA EN NUESTRA FE
Sacerdote-Periodista
Querido cofrade:
Está entroncada en nuestra vida de fe la figura de la Virgen María, bajo la advocación de Virgen de los Desamparados.
Esta fiesta está envuelta en el júbilo pascual del Señor Resucitado. La imagen de “la Mare de Dèu dels Desamparats”, nos lo presenta a María que nos ofrece a su niño, tomado en brazos, mejilla con mejilla, como aquel que nos salva. ¡El es el único Señor y Salvador del hombre! El único tesoro de su Madre.
Nuestra alegría se renueva año tras año, cada segundo domingo de mayo, siempre en tiempo de Pascua, al experimentar con la fe, la esperanza y el amor a nuestra Patrona, la certeza de que Ella nos ampara como ninguna madre es capaz de hacerlo sobre la tierra, incluso con sus hijos más queridos y, simultáneamente, al poder presentarle a Ella, esa Madre querida de los Desamparados, los mejores propósitos y súplicas de las que somos capaces. Hoy es un día excepcionalmente apto para dar testimonio ante los ojos del mundo del consuelo, la esperanza y el gozo que sentimos al honrar y celebrar a la Madre del Resucitado, siendo fieles a la mejor tradición de nuestros padres que han visto en Ella desde hace siglos la Virgen bendita de los Desamparados.
En Juan, Jesús nos dirige su mirada compasiva y misericordiosa a todos nosotros. Pero hoy de un modo muy actual y cercano a vosotros. También mira a los que se han alejado de Ella y de El mismo, a los que no lo han conocido nunca ni quieren reconocerlo. Y se vuelve a su Madre, como lo hizo aquel día a los pies de la Cruz --a la que adoramos ya como Cruz Gloriosa--, y le dice: Mujer ahí tienes a tus hijos. ¡Ampáralos! Sus necesidades del cuerpo y del alma no son pocas. Las conoces bien ¡Tráelos a mí! Tráelos a mi gracia y a mi ley, la ley Nueva del Evangelio, la ley del Amor misericordioso que perdona, sana, recrea, ennoblece al hombre hasta alturas insospechadas y lo hace bienaventurado en la tierra y en el cielo.
Y, en Juan y como a Juan, nos dice a nosotros: Ahí tenéis a vuestra Madre. Acogedla en casa. Cristo, desde la Cruz, nos la entregó como regalo. Nadie que posea un corazón contrito y humillado puede decir con verdad que no dispone de “casa” para recibir a la Virgen de los Desamparados. Y ningún cristiano, sea cual sea su condición económica, cultural y humana, debería de excusarse ante la indicación del Crucificado, respondiéndole: No tengo sitio en mi casa para Ella.
Abrir las puertas de la propia casa a María, la Reina del Cielo, exige cuidar la vida de oración al lado de Ella y con Ella; entrar en “su escuela”. Exige que la oración en familia, vuelva al seno del hogar, a los usos y experiencias diarias de su vida en común, a inspirar, en una palabra, toda la experiencia familiar. Los niños y los jóvenes --¡nuestros hijos!-- tienen derecho a conocer a esa Madre que los quiere amparar con fina e insuperable ternura, a poder acogerse y confiarse a Ella en esa difícil y compleja singladura de los primeros años de la andadura en el mundo, cuando madura la personalidad humana y cristiana y cuando se toman las grandes opciones que deciden para siempre el destino temporal y eterno de la persona humana ¡Que a ningún niño se le robe la devoción y el amor a María, la Madre de los Desamparados! ni en su casa, ni en la escuela, ni en los medios de comunicación social ni en las diversiones. Y ¡por supuesto! que en su parroquia y en los grupos cristianos, a los que pertenezcan, se encuentren con testigos abundantes y maestros verdaderos de auténtica piedad mariana.
Al entrar María en el corazón de las personas y de las familias, brilla la caridad, crece y cuaja el verdadero amor. La verdad del amor se mide por el amor que nos tuvo a nosotros Cristo. La medida del amor a uno mismo se ha quedado chata y enfermiza, tentados como estamos siempre de egoísmo: ¡te doy amor si me das amor! No, nos basta ese criterio, individualista y egocéntrico, para descubrir lo que significa y es el amor por esencia. Para amar, hay que seguir a Cristo y amar como El lo hizo, dando la vida por sus amigos, dando la vida por el hombre, aún siendo enemigo: ¡pecador! “Si cuando éramos enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo; con cuanta más razón, estando ya reconciliados, seremos salvos por su vida” (Rom. 5,10-11).
En eso consiste el amor: en que amemos como Cristo nos amó. Por ejemplo, cuando en Roma, la ciudad imperial, envilecida por el vicio generalizado y escéptica hasta límites degradantes, vivían los cristianos entre ellos el amor y con el amor de Cristo, comienza a producirse una increíble revolución de las costumbres y de los espíritus. Parecía como si se estrenase una nueva humanidad. Estimar a los demás más que a uno mismo, ser cariñoso unos con otros, no ser descuidado, sino ardientes en el espíritu, firmes en la tribulación y asiduos en la oración, significaba una novedad social y humana, desconocida y fascinante a la vez. Estaba naciendo una forma de nueva familia: la de la Iglesia, la de los hijos de Dios en torno a la sombra invisible y poderosa de una Madre común, la Madre de Jesús, Madre de Dios, y Madre nuestra. Con su amparo maternal guardaba y preservaba a todos los hermanos peregrinos por los caminos de la historia humana en el amor del divino corazón de su Hijo.
¡Gracia y compromiso de vida se escondían y albergaban a la vez en “el amparo” de María para sus hijos! Gracia y compromiso que apremian a todos sus devotos en el día de su “Mare de Déu dels Desamparats”, en medio y a través del gozo y la alegría de la fiesta religiosa, familiar y ciudadana. La Virgen nos pide que seamos “sus cómplices” --¡valga la expresión!-- para hacer llegar “su amparo” a nuestros hermanos más necesitados, los “desamparados ”de la sociedad actual: Los enfermos crónicos y terminales, los ancianos abandonados, los niños y jóvenes afectados por las rupturas familiares, las víctimas de la violencia doméstica y de la agresividad juvenil, los no nacidos, los que se debaten en crisis espirituales y morales que les llevan a la pérdida de la fe y a dramas interiores indecibles en los que nadie repara -quizás ni sus mismos educadores y pastores-, los refugiados e inmigrantes explotados por las mafias de origen y frecuentemente incomprendidos y aislados…
Estos son algunos de los nuevos “desamparados” de nuestro tiempo. No es su lista completa, son muchos más. Pero sigue habiendo hoy “un tipo de desamparado” que se encuentra ya en los orígenes de la devoción de Valencia a su Madre y Patrona, el enfermo mental, del que se huye, al que se ignora y rechaza con demasiada frecuencia. Saber acogerlos y tratarlos, constituye una de las pruebas de fuego de la autenticidad del amor cristiano, de su gratuidad e incondicionalidad. Los enfermos y deficientes mentales no están en condiciones de darnos nada o casi nada a cambio de nuestra atención y cariño.
¡Cuánto se necesitan hoy testigos humildes y bondadosos del amor misericordioso, el que mana del corazón de María, de la Virgen de los Desamparados! Testigos y actores de amor desinteresado que se practica en la vida diaria, sin vanagloria y grandilocuencia personal y social, del amor que transforma de verdad las estructuras injustas e insolidarias: las estructuras del pecado.
¡Que sepamos mostrar a María, como vida, dulzura y esperanza nuestra, a todos los que se encuentren con nosotros a lo largo de nuestra vida!
Un abrazo,
Antonio
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