TENEMOS UN CAMINO QUE DURA TODA LA VIDAPor Antonio Díaz Tortajada
Sacerdote-periodista
Sacerdote-periodista
Querido cofrade:
Todos estamos muy preocupados por la crisis –a nivel nacional y a nivel personal-- por la que estamos atravesando. Me decías que tenías que reducir gastos, eliminar todo aquello que no es fundamental en una cofradía. Por otra parte, muchos han abandonado la institución pasional en la que militas. Se han reducido el número de cofrades, etc....
Pienso que la gran crisis por la que atravesamos es la crisis de fe. Y para atajar esta crisis, nada mejor que ahondar en la fe, profesarla, confesarla y testimoniarla.
Nada es posible sin la fe, sin una fe vigorosa y expansiva –“la fe se fortalece dándola”–, sin una fe formada, comprometida, seria, responsable, coherente, humilde y firme. Una fe que no crece, una fe que no se inserta en la comunión con Cristo y con su Iglesia, una fe que no se nutre de la Palabra y de los Sacramentos, una fe que no se transmite con el ejemplo de la propia vida y del ejercicio de la caridad, es una fe mortecina, débil, irrelevante, es una fe que no llama al seguimiento, a la adhesión y a la interpelación. Todo lo demás, sin la fe, será algo estético y costumbrista. Y nada más.
Creo que esta crisis económica purificará nuestras cofradías.
Porque la identidad y la misión de los cristianos en las diversas cofradías y hermandades no es otra que la de Jesucristo: Anunciar a Dios, hablar de Dios, poner a Dios y a su soberanía en el vértice y en el quicio de toda la existencia y de toda la actividad. Porque con Dios, con el Dios de los cristianos, se superarán las crisis. Y lo que importa, pues, es la fe, la fe que, arraigada y edificada en el Señor y en la comunión eclesial, es capaz de transformar a las personas y al mundo.
Y este conjunto de ideas y de reflexiones encuentran ahora una nueva oportunidad, un extraordinario tiempo de gracia, con la convocatoria del Año de la Fe 2012-2013. Para su celebración y desarrollo ya disponemos de fecha –del 11 de octubre de 2012 al 24 de noviembre de 2013 –, de contexto –el cincuenta aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II y la Asamblea del Sínodo de los Obispos sobre la nueva evangelización– y del documento programático con la publicación de la carta apostólica “Porta fidei”.
“Porta fidei”, precisamente; aquella puerta que Dios abrió a los paganos en tiempo del emperador Claudio y de las misiones de Pablo. Y por lo tanto, desde entonces, a todos los pueblos. Hasta hoy, a inicios del siglo XXI, en un mundo global sujeto a cambios rápidos e imprevisibles. La iniciativa de celebrar el Año de la Fe tendrá lugar “precisamente para dar renovado impulso a la misión de toda la Iglesia de conducir a los hombres fuera del desierto en el que a menudo se encuentran hacia el lugar de la vida, la amistad con Cristo que nos da su vida en plenitud»”, explicó el Papa al anunciar este acontecimiento. Ese Año de la Fe –“será un momento de gracia y de compromiso por una conversión a Dios cada vez más plena, para reforzar nuestra fe en Él y para anunciarlo con alegría al hombre de nuestro tiempo”.
Tenemos todavía un año para preparar este “kairós” del Año de la Fe. Su vitalidad y fruto dependerán de la preparación que del mismo hagamos ya desde ahora. Se abre, pues, un imprescindible tiempo de sementera, que, bajo ningún concepto, deberemos desaprovechar. Nuestra Iglesia se ha de poner ya en oración y esta convocatoria papal ha de llegar también a toda nuestra Cofradía. Su savia la irrigará de fecundidad, que a su vez fecundará el Año de la Fe.
El documento ?publicado por el papa Benedicto XVI como conclusión del importante encuentro con el que, de hecho, se ha estrenado el organismo encargado de la nueva evangelización? es casi una pequeña encíclica, permeada de referencias bíblicas y entretejida con una atención sensibilísima al tiempo de hoy.
Benedicto XVI reivindica, desde el inicio de su ministerio como sucesor del apóstol Pedro, haber recordado “la exigencia de redescubrir el camino de la fe”. Esto es lo que cuenta, también porque en un contexto en el que parece haber decaído “un tejido cultural unitario” inspirado en la fe cristiana, no se puede aceptar “que la sal se vuelva sosa y la luz permanezca oculta”.
Ante la sed de Dios que padecen mujeres y hombres de nuestro tiempo en los desiertos de este mundo, cada seguidor de Cristo debe entonces hacer brillar, a través de la continua renovación personal, el testimonio de la única luz que ilumina el mundo. En “un camino ?escribe el Papa? que dura toda la vida”.
Ante la crisis una gran dosis de fe purificadora.
Cordialmente,
Antonio
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