viernes, 3 de diciembre de 2010

LAS FOTOS DE EOS:TRASLADO DEL CRISTO DEL BUEN ACIERTO 2010 EN EL CAÑAMELAR.ADVIENTO PROYECCIÓN DE LA PASCUA

FOTOS PACO CELDRÁN
En el afán de EOS de mantener la llama semanasantera viva todo el año hoy publicamos unas instantáneas captadas en el Cañamelar el DOMINGO DE RAMOS DE 2010 en la misa y posterior TRASLADO DEL SANTISIMO CRISTO DEL BUEN ACIERTO y las acompañamos con referencias al ADVIENTO que estamos viviendo.
Adviento, proyección de la Pascua
Esta experiencia primitiva de la espera impaciente del retorno del Señor que nace de la Pascua, es fundamento de nuestra celebración actual del Adviento, como lo es también aquella larga espera de nuestros Padres en la fe que volvían sus miradas hacia el futuro, casi vislumbrando, como hacen los profetas, los rasgos de aquel que tenía que venir para salvar a su pueblo.

Así Adviento es como una proyección de la Pascua, una ritualización prolongada de una de las dimensiones esenciales de la Vigilia pascual que es la raíz y síntesis de todo el Año litúrgico. En realidad, la primera ritualización de la esperanza escatológica, los cristianos la celebraban en la Vigilia pascual. Si antiguas tradiciones hebreas aseguraban que el Mesías tenía que venir en la celebración de la Cena pascual, los cristianos recogieron también esta tradición. Cuando se reunían para celebrar la Pascua tenían la certeza de que el Señor volvería una vez u otra.
Un texto de San Jerónimo nos recuerda esta curiosa tradición: "Una tradición de los judíos dice que Cristo vendrá a medianoche, como en el tiempo de Egipto, cuando se celebró la Pascua... De aquí creo que viene la tradición apostólica que ha llegado hasta nosotros; según ésta no es lícito despedir la asamblea en la vigilia pascual antes de medianoche, mientras se espera todavía la venida de Cristo. Pero pasado este tiempo, todos hacen fiesta, al recobrar de nuevo la seguridad".
Se puede, pues, afirmar que Adviento celebra un fragmento de la Pascua, su dimensión escatológica, y al colocarse como preparación del principio del misterio pascual que es Navidad, nos hace revivir la otra espera y la otra venida. La espera de los justos del Antiguo Testamento, y la venida que cumplió tantas promesas, el misterio de Navidad, misterio de la presencia del Dios con nosotros.
Estas dos actitudes, la espera escatológica y la espera mesiánica, dan el tono a la espiritualidad del Adviento y marcan el pensamiento de la Iglesia en su plegaria litúrgica, haciendo de ella la comunidad de la esperanza.
Una venida anuncia y confirma la otra. Navidad es garantía de la Parusía del Señor. Pero nosotros nos podemos vivir el Adviento como los justos del Antiguo Testamento, como si en realidad el Mesías no hubiera venido. Adviento no es ficción. Es realidad, a partir del misterio de la Pascua.
La Iglesia nos dice a propósito de este tiempo de gracia: "El tiempo de Adviento tiene una doble índole: es el tiempo de preparación para las solemnidades de Navidad, en las que se conmemora la primera venida del Hijo de Dios a los hombres, y es a la vez el tiempo en el que por este recuerdo se dirigen las mentes hacia la expectación de la segunda venida de Cristo al fin de los tiempos.
Por estas dos razones el Adviento se nos manifiesta como tiempo de una expectación piadosa y alegre".
Da el tono a esta orientación litúrgica el primer prefacio de Adviento, cuando bendecimos al Padre por este misterio de la espera de Cristo: "Quien al venir por vez primera en la humildad de nuestra carne, realizó el plan de redención trazado desde antiguo y nos abrió el camino de la salvación;
para que cuando venga de nuevo en la majestad de su gloria, revelando así la plenitud de su obra, podamos recibir los bienes prometidos que ahora, en vigilante espera, confiamos alcanzar".
Entre el pasado y el futuro ¿cuál puede ser el significado del Adviento litúrgico para la vida de la Iglesia? ¿Cómo enriquecer el Adviento con nuestra propia experiencia espiritual y social de personas y comunidades que viven con realismo este tiempo de gracia?
Ante todo, la Iglesia tiene la clara conciencia de ser en este mundo la presencia inicial del Reino de Dios, pero ora y trabaja para que el Reino se manifieste en toda su plenitud.
Por eso cuanto más precaria se hace la seguridad de los hombres tanto más fuerte y responsable se hace la esperanza de la Iglesia y su misión. Con los textos del tiempo de Adviento -textos bíblicos arcaicos, textos eclesiales de rancio abolengo como las antífonas mayores o los himnos clásicos, textos de nueva composición como las intercesiones de Laudes y Vísperas- la Iglesia ora con realismo por toda la humana sociedad, necesitada de una salvación integral con la presencia del Señor.
Hacemos nuestros los gemidos del Espíritu que brotan de la humana sociedad y de la creación, y los convertimos en oraciones de deseo y de esperanza, en fuertes imploraciones de salvación y de presencia.
La Iglesia, intérprete de la humanidad, sabe que el vacío del deseo crea espacios a la esperanza, y la conciencia de la necesidad de la redención abre las puertas al Mesías redentor.

Por eso en este tiempo de Adviento, la Iglesia vive de forma intensa y concentrada las esperanzas del Antiguo Testamento, el deseo de las primeras comunidades cristianas; la oración es ya confesión de la necesidad de una venida y profesión esperanzadora de la certeza de que el Señor viene y que anticipa misteriosamente esta venida definitiva al mundo en los corazones de los fieles y en los espacios que la comunidad ofrece.
No es intimismo, sino realismo personalista, el poner el acento en la vivencia del Adviento como experiencia personal, interior, de espera y de vigilancia, en el momento presente de nuestra historia y de nuestro camino hacia la plenitud de la vida en Cristo.

"¿Sabéis lo que significa esperar a un amigo, esperar que llegue y ver que tarda? ¿Sabéis lo que significa estar en ansia cuando una cosa podría ocurrir y no acaece, o estar a la espera de algún acontecimiento importante que os hace latir el corazón cuando os lo recuerdan y al que pensáis cada mañana desde que abrís los ojos?
¿Sabéis lo que es tener un amigo lejos, esperar sus noticias y preguntaros cada día qué estará haciendo en ese momento o si se encontrará bien?... Velar en espera de Cristo es un sentimiento que se parece a todos estos, en la medida en que los sentimientos de este mundo pueden ser semejantes a los del otro mundo".

Salvación de Adviento. No es una palabra huera, cuando hay una experiencia viva. Se espera lo que se desea. Se desea aquello que se necesita. ¿Cómo podemos decir que esperamos al Señor si no lo deseamos, o que lo deseamos si no sentimos necesidad de su presencia?

Sin deseo, no hay esperanza, sin necesidad no hay deseo. Y sin estas componentes de la espiritualidad del Adviento, la oración del deseo y de la esperanza pierde su verdad y su fuerza expresiva.No hay Adviento donde no hay deseo y necesidad de presencia y de salvación. Por eso la materia prima del tiempo litúrgico de la espera y la esperanza, a nivel personal, es la invocación sentida y sincera de una nueva venida del Señor en nuestra vida personal, en ese momento del camino de nuestra experiencia eclesial.
Desde la experiencia personal, la oración universal de la Iglesia en Adviento referida a toda la humanidad, la evocación de las visiones lisonjeras de los profetas, pacifistas y pacificadores, el ansia de la venida del Mesías, dan a la espiritualidad del Adviento una dimensión también real y universalista.
Este tiempo de la Iglesia celebra, afirma e implora con su oración la salvación de nuestro mundo y de nuestra historia. La Iglesia afirma en este tiempo, como le gustaba recordar a Teilhard de Chardin, que nuestro mundo y nuestra historia necesitan una salida, una salvación que no puede ser inmanente a la sociedad en que vivimos; tiene que venir de fuera, de Dios.

Por eso el sabio jesuita con ardor poético y con una cierta inspiración mística y litúrgica apostrofaba a los cristianos con palabras que pueden ser también motivo de meditación litúrgica para este tiempo de Adviento: "Cristianos, encargados, después de Israel, de mantener viva en la tierra la llama del deseo.
Apenas más de veinte siglos después de la Ascensión ¿qué hemos hecho de nuestra espera? Seguimos diciendo que estamos en vela en espera del Señor. Pero en realidad, si queremos ser sinceros, hemos de confesar que no esperamos nada. Hay que avivar la llama a cualquier precio. Hay que renovar a toda costa en nosotros la esperanza y el deseo de la venida del Señor".
Desde la perspectiva de un mundo que todavía espera al Mesías como Salvador de su propia historia, desde la experiencia comunitaria de una Iglesia que tiene que avivar el sentido de la espera y la llama de la esperanza, desde la propia experiencia de pobreza y de indigencia que hacen no superflua sino necesaria la presencia del Señor, podemos vivir el misterio del Adviento. Una acumulación de deseos, decía Teilhard de Chardin, hará explotar la Parusía del Señor.

Por eso la oración que resume la espiritualidad del Adviento, el Marana-thá puede ser el grito de la Iglesia que ansía, espera e invoca una nueva venida del Señor. Una oración que desde el corazón puede ir impregnando de liturgia cotidiana el trabajo de cada día. Y una oración coralmente celebrada en la Liturgia de las Horas y en la Eucaristía como expresión cabal de una Iglesia, Esposa en vela que anhela y espera al Esposo, mientras no deja de anunciar su venida a toda la humanidad.

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