Por José Vilaseca Haro
Martes, 31 de agosto de 2010, y he acabado una nueva novela. Después de un año metido hasta las trancas, como suele decirse, recreando la Valencia del Cid y la sangrienta Primera Cruzada, doy por terminado mi libro. Es mi afición, mi pasión, mi vida… Celebro la meta alcanzada con un ramo de rosas para mi mujer, un primer ejemplar para mi madre, y seguramente un brindis con sidra que endulce esa lagrimilla traidora. Y mañana tocará pensar en el próximo proyecto.
Mi padre amaba la Semana Santa Marinera tanto o más de lo que yo amo la letra impresa, y mis costumbres al finiquitar un libro no son más que una pobre copia de sus propias tradiciones al despedir una nueva celebración de la Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo. Recorría Hermandades y Cofradía, visitando viejos amigos y brindando por un año más de Fiesta, así, con mayúsculas; un suspiro aliviado cuando todo había marchado bien (como él mismo decía, no hay mejor noticia que no haya noticias), y remataba el Domingo de Resurrección en la intimidad de casa o en la puerta de la Iglesia del Rosario, aguardando la flor que mi hermana Mari reservaba para él al final del desfile, pues no gustaba de posar para la foto en la concurrida y populosa tribuna.
Mi padre amaba la Semana Santa Marinera tanto o más de lo que yo amo la letra impresa, y mis costumbres al finiquitar un libro no son más que una pobre copia de sus propias tradiciones al despedir una nueva celebración de la Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo. Recorría Hermandades y Cofradía, visitando viejos amigos y brindando por un año más de Fiesta, así, con mayúsculas; un suspiro aliviado cuando todo había marchado bien (como él mismo decía, no hay mejor noticia que no haya noticias), y remataba el Domingo de Resurrección en la intimidad de casa o en la puerta de la Iglesia del Rosario, aguardando la flor que mi hermana Mari reservaba para él al final del desfile, pues no gustaba de posar para la foto en la concurrida y populosa tribuna.


Gracias a él, y sobre todo a mi hermana (su más digna sucesora), he conocido multitud de anécdotas sobre la Semana Santa : Aquella definición de granadero que refería su elevada estatura y el arma que arrojaban (salvo dos paisanos, bajitos, que se dedicaban a recogerlas), o la legendaria votación sobre aquella Hermandad que pudo ser falla y cuyo destino se decidió democráticamente, por no hablar de los primeros tiempos de la transición cuando, ante la proyección de una película picante en un local social, mi padre pidió que alguien tuviera la deferencia de cubrir la imagen de Cristo.
Igualmente, tengo que recordar muchas de las calumnias que se elevaron en su contra, como que era el máximo opositor a que el Grao volviera a formar parte de la Semana Santa Marinera, o que estaba en contra de que las mujeres desfilaran en las procesiones (lo que es una estupidez como un piano, ya que su novia y después mujer, y santa madre del que suscribe, procesionaba como Claudia desde los tiempos en que el General Franco todavía estaba bastante lozano…). Supongo que todo sería envidia malsana del cargo que ostentaba, y puedo dar fe de que, aunque algunos fueron dignos representantes, otros no estuvieron a la altura.
Pronto se cumplirán tres años desde que se marchó, y todavía sigo esperando que suene el teléfono para que me pida que vaya a su casa a ver el Levante, que le lleve al chiquillo que-ya-me-vale, o que sale a cenar a Baretta y que si quiero ir con él, pago yo (una de sus tantas bromas, pues al fin y al cabo, seguía siendo mi padre…); le diría que he terminado una novela, y que si se la quiere leer, y él se haría el despistado, aseguraría que no tiene tiempo, que le lleve a su nieto y me deje de monsergas… pero sacaría tiempo de debajo de las piedras para leérsela de cabo a rabo. Así era él.
Pronto se cumplirán tres años desde que se marchó, y todavía sigo esperando que suene el teléfono para que me pida que vaya a su casa a ver el Levante, que le lleve al chiquillo que-ya-me-vale, o que sale a cenar a Baretta y que si quiero ir con él, pago yo (una de sus tantas bromas, pues al fin y al cabo, seguía siendo mi padre…); le diría que he terminado una novela, y que si se la quiere leer, y él se haría el despistado, aseguraría que no tiene tiempo, que le lleve a su nieto y me deje de monsergas… pero sacaría tiempo de debajo de las piedras para leérsela de cabo a rabo. Así era él.
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