La dignidad une la libertad con la verdad
AGUSTÍN GARCÍA-GASCO. Cardenal de Valencia
Cuando se conocen bien los derechos humanos resulta más fácil ponerlos en práctica. Cuanto más se profundiza en el sentido de la dignidad humana mejor se comprende el papel que los derechos humanos desempeñan para construir una sociedad verdaderamente habitable.
El segundo párrafo de la Declaración Universal de los Derechos Humanos hace referencia al grave problema de la ignorancia, cuando afirma que “el desconocimiento y el menosprecio de los derechos del hombre ha originado actos de barbarie ultrajantes para la conciencia de la humanidad”, y también pone de manifiesto la vinculación entre libertad y verdad: “se ha proclamado como la aspiración más elevada del hombre el advenimiento de un mundo en que los seres humanos, liberados del temor y de la miseria, disfruten de la libertad de palabra y de la libertad de creencias”.
Doctrina Social de la Iglesia La experiencia devastadora de los totalitarismos, cuyas fórmulas políticas enardecían a las masas en la misma proporción que acallaban la voz de sus conciencias, está muy presente en la Declaración Universal. El ser humano está expuesto al peligro de abandonar su inteligencia y su sentido moral, y dejarse llevar por el atractivo de una fuerza colectiva que le promete paraísos ideológicos que fácilmente acaban deslizándose hacia la autodestrucción de la persona, o la destrucción social.
Cuando la política quiere ocupar el lugar de Dios genera una práctica social monstruosa que destruye la dignidad humana. La Doctrina Social de la Iglesia, en el mismo sentido que el Preámbulo de la Declaración, anuncia con firmeza, frente a las seducciones totalitarias, que el hombre puede dirigirse hacia el bien sólo en la libertad que Dios le ha dado como signo evidente de su imagen.
Dios ha querido dejar al hombre en manos de su propia decisión, para que así busque espontáneamente a su Creador, se adhiera con libertad a Él y alcance así su plena y bienaventurada perfección. La dignidad humana requiere que el hombre actúe según su conciencia y libre elección, movido e inducido por convicción interna personal y no bajo la presión de un ciego impulso interior o de la mera coacción externa.
El ser humano aprecia la libertad y la busca con pasión, porque quiere y debe formar y guiar por su libre iniciativa su vida personal y social, asumiendo personalmente su responsabilidad. La libertad no sólo permite al ser humano cambiar el estado de cosas exterior a él, sino que determina su crecimiento como persona, mediante opciones conformes al bien verdadero. El ser humano es libre desde el momento que puede comprender y acoger los mandamientos de Dios.
La libertad humana encuentra su verdadera y plena realización trascendente en esta aceptación. Obedecer a la verdad En el ejercicio de la libertad, el ser humano realiza actos moralmente buenos cuando obedece a la verdad y no la manipula. La verdad sobre el bien y el mal se reconoce en el juicio de la conciencia, que lleva a asumir la responsabilidad del bien realizado o del mal cometido, y que manifiesta el vínculo de la libertad con la verdad.
El ejercicio de la libertad implica la referencia a una ley moral natural, de carácter universal, que precede y aúna todos los derechos y deberes. La ley natural es la luz de la inteligencia infundida en nosotros por Dios. Gracias a ella conocemos lo que se debe hacer y lo que se debe evitar.
La ley natural expresa la dignidad de la persona y pone la base de sus derechos y de sus deberes fundamentales. La experiencia nos muestra que la libertad puede ser esclavizada por el egoísmo personal o colectivo. La historia de la humanidad está llena de personas que han pretendido avasallar la libertad y los bienes del resto de personas.
En muchas ocasiones, la cerrazón egoísta ha pretendido justificar sus actos, negando la existencia del bien y del mal, creando pretextos o teorías autojustificadoras o relativizando sus acciones. El abuso de la libertad no tiene para la Iglesia la última palabra: Cristo libera al hombre del amor desordenado de sí mismo, que es fuente de desprecio al prójimo y de relaciones caracterizadas por el dominio sobre el otro. Dios es amor.
El amor todo lo puede. El amor a Dios y al prójimo es la brújula que permite salvar todos los escollos a cada persona. La contemplación de Cristo en el misterio pascual, renovado en cada Eucaristía, fortalece una cultura de los derechos humanos basada en la libertad y en la verdad.
Con mi bendición y afecto,
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