viernes, 26 de febrero de 2010

LA COLUMNA DE DIAZ TORTAJADA EN EOS: CARTA A UN COFRADE.QUE SEAS ORANTE EN LA CIUDAD


Carta a un cofrade

QUE SEAS ORANTE EN LA CIUDAD

Por Antonio Díaz Tortajada
Sacerdote-periodista

Querido cofrade:

Descubre que el Señor está cerca de ti.
Si te levantas Él está allí;
si te acuestas Él está allí.
Donde vayas Él está allí.
Está en la ciudad y allí se lee puede encontrar.
Está en el campo y en el mar y allí se le puede encontrar.
Está en tu corazón y allí se le puede encontrar.
Todas las ciudades tienen,
ciertamente, un poco de la fascinación de la Babel
y las mil tentaciones que la llenan
y que parece
que constantemente pueden desviarnos de Él.
Pero en la soledad del desierto, como Jesús,
también podemos ser tentados.
En medio de las soledades podemos ser charlatanes,
y a la sombra de los claustros
se puede ser muy mundano.

Querido cofrade:
El Señor está en la ciudad y es preciso buscarle allí.
A quien llama, el Señor le abre.
A quien pide, el Señor le da.
Y quien le busca, le encontrará.
El templo más grande
son los vagones del ferrocarril o del metro.
¡Si se supieran todas las oraciones
que por centenares de millares
se recitan allí cada día,
desde antes de la aurora hasta avanzada la noche!
En el cielo nos sorprenderemos descubriendo
a todos aquellos que en el ferrocarril o el metro,
autobús o en el taxi o en los coches particulares,
se han santificado desgranando
las cuentas del santo rosario
o rezando simplemente por los que les rodean.
Es urgente ir metiendo oraciones
en los bolsillos de todos aquellos rostros
que nos encontramos en el tren o en el metro,
en el autobús o en las aceras de nuestra ciudad.

A veces me gusta imaginarme a la ciudad,
y verla a vista de pájaro
representándomela por encima de los tejados:
Allá, bajo nuestro ojos,
alrededor de la catedral,
todas esas iglesias o esas basílicas,
esas capillas o esos oratorios,
esos conventos o esos monasterios,
esas mil y una lámparas de oración
que arden y brillan invisiblemente
a lo largo de los días y en medio de la noche...
son otros tantos signos perceptibles
de la Presencia de Dios.
Desde las maternidades a los tanatorios,
desde las camas de los hospitales
a las celdas de los prisioneros en la cárcel,
en los apartamentos ricos y en las buhardillas insalubres,
en los despachos edificados en torres de cristal,
en los subsuelos de los talleres en semioscuridad,
en comercios y tiendas,
por todas partes,
unos labios balbucean su oración,
unas manos se vuelven hacia el cielo,
y unas almas se elevan hacia Dios.
Corazones que gritan, susurran o suspiran,
bailan o cantan a Dios.
¿Cómo no encontramos a Dios en la ciudad
si abriendo los ojos,
lo podemos encontrar en cada cruce del camino?
Se alza en medio de las plazas;
corre a lo largo de las calles;
reside detrás de cada fachada,
y él mismo baña la ciudad entera
de la luz de su Palabra
y la llena del misterio de mil Eucaristías.
Remontemos, pues, las aceras de nuestra ciudad.
Está claro que si no prestamos atención,
todo puede desviarnos de Dios.
Pero todavía es más cierto que,
si lo queremos,
todo puede sernos ocasión para volvernos hacia Él
y encontrarlo de verdad.
Aquí,
una alabanza por este cruce de miradas puras,
por este gesto de caridad percibido a medias,
por la belleza contemplada de la arquitectura,
la maravilla de esa proeza técnica.
Más allá una súplica por ese rostro extenuado,
ese cartel insultante,
esa miseria que nos interroga,
ese escaparate innoble
o inútil de despilfarro o de sensualidad.

Necesitamos aprender a orar en la ciudad,
convertirla en un gran templo,
prolongar los murmullos
y elevar los suspiros
y los gritos hacia el cielo.
Incluso inventar una nueva espiritualidad,
como los cistercienses lo hicieron en la vida rural,
Teresa de Jesús en la vida del convento,
Bruno en la soledad,
Benito en el trabajo,
la liturgia o la lectura de la Palabra.
Pero no digas que esto no se puede realizar.
El evangelio nos dice que sí.
“Queridos compañeros en la fe
–exclamaba el hermano Carlos Carretto
dirigiéndose a los que habían escogido
el desierto en la ciudad–

sois los testigos de lo Invisible,
los creyentes en el Dios único,
los adoradores del Espíritu,
los partidarios del Reino de los cielos.
Sois los que esperan en el desierto de la ciudad
el regreso de Cristo,
diciendo como los primeros cristianos:
¡Maranata! ¡Ven señor Jesús!
Estos cristianos velan orando
y su casa es un nuevo monasterio”.

Sí, querido cofrade:
Dios está en el corazón de la ciudad,
podemos encontrarlo allí de verdad y siempre.
El contemplativo trabaja y lee;
el contemplativo pasea y viaja,
el contemplativo hace compras y reza,
el contemplativo visita a sus amigos y va al cine…
Mas en el centro de todas sus actividades
está siempre aquel sentimiento precioso
de íntima unión con su Amado.
Y es que creo que todos estamos llamados
a la contemplación,
y no solo los consagrados de vida contemplativa,
todos estamos llamados finalmente a vivir
totalmente unidos a Dios,
a dejarnos inundar de la vida de Dios
Padre, Hijo y Espíritu Santo
y ésto no sólo es posible en un claustro,
en un eremitorio,
sino que podemos vivirlo en medio de nuestra ciudad,
de nuestro ambiente,
de nuestro pequeño trocito de realidad.
Todos podemos o más bien debemos
de ser también contemplativos
y éste es quizá el camino más seguro,
más recto, o quizá el único posible…
Si el cristiano hoy no es contemplativo,
no será nada.
Abandona tu pasado a la Misericordia de Dios,
y tu futuro a la Providencia de Dios.

Cordialmente,

Antonio

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