domingo, 10 de marzo de 2013

LA COLUMNA DE DIAZ TORTAJADA EN EOS.CARTA A UN COFRADE:EL NUEVO PAPA QUE ESPERAMOS PARA CONDUCIR ESTA PATERA



Carta a un cofrade
EL NUEVO PAPA QUE ESPERAMOS PARA CONDUCIR ESTA PATERA
Por Antonio DÍAZ TORTAJADA
Sacerdote-periodista
Querido cofrade:
En su última audiencia pública como Papa, en una plaza San Pedro llena de cardenales y de fieles, el papa Benedicto XVI trató de explicar nuevamente la razón de su renuncia sin precedentes: “No abandono la Cruz”. Los de fuera y parte de dentro de la Iglesia lo han crucificado.
El anillo del pescador y el sello papales han sido destruidos. Ha comenzado la sede vacante marcada por un hecho significativo: los guardias suizos que se encargan de cuidar al Papa, han dejado Castel Gandolfo, porque a partir de ese momento ya no hay Papa. Estamos en “sede vacante”. El martes comienza el Cónclave.
Ahora comienzan las cábalas en todos los medios de comunicación y foros. El creyente no puede entrar en el campo de las quinielas, sino en el campo de la plegaria al Espíritu para que tenga la Iglesia el Papa que necesita.
¿Y qué Papa necesita hoy la Iglesia del siglo XXI? Rezaré cada día para que el Espíritu nos dé el Papa que necesitamos para seguir en esta patera que es la Iglesia.
Hoy la Iglesia necesita un Papa no demasiado anciano y con buen vigor físico. Ni muy viejo ni muy joven. Psicológica y físicamente maduro con capacidad física y espiritual para afrontar los desafíos de un tiempo difícil.
La edad y la fuerza física, esta vez, están destinadas a ser importantes. Como lo fueron en el segundo cónclave de 1978, que se desarrolló después de la muerte repentina e inesperada del Papa Luciani: Los electores eligieron como sucesor a un cardenal de 58 años. Benedicto XVI, al renunciar, dijo: «En el mundo de hoy, sujeto a rápidas transformaciones y sacudido por cuestiones de gran relieve para la vida de la fe, para gobernar la barca de San Pedro y anunciar el Evangelio, es necesario también el vigor tanto del cuerpo como del espíritu”.
Aunque la posibilidad de la renuncia, después del precedente de Ratzinger, podría abrir la puerta incluso a un sucesor muy joven, muchos cardenales parecen juzgar más probable una edad alrededor de los 65-70 años. Sesenta y cinco años es la edad a la que fue elegido Pablo VI, el Papa que había trabajado décadas en la Secretaría de Estado y la conocía tan bien como la palma de su mano. Una cierta práctica de los mecanismos curiales se exige del candidato ideal, porque una de las prioridades del próximo Pontificado la reforma de la Curia romana, una redimensión de la Secretaría de Estado y una mayor colegialidad.
Los fieles esperan, por otra parte, a un Papa pastor capaz de proponer el mensaje positivo. Es decir un hombre de Dios, de oración y a ser posible de experiencia mística. Esperamos un Papa que esa luz interior que le permita, por encima de la norma y el encorsetamiento canónico, mirar más allá de la Curia, los dogmas, el Derecho y las convenciones para hacer caso al Espíritu, que “sopla donde quiere y como quiere”.
Entonces, el próximo Papa tendría que tener las cualidades de un reformador y la determinación demostradas por Pío X al empezar el siglo XX.
A los cincuenta años del concilio Vaticano II todos los especialistas serios afirman que hay asignaturas pendientes en su realización. Frente a la involución actual y una actitud a la defensiva de parapetarse en los castillos de invierno ante una sociedad considerada enemiga de la Iglesia, hay que volver a la plaza pública y recobrar el concepto de pueblo de Dios, de ecumenismo, de libertad, de independencia de los poderes públicos, de no pretender bautizar las instituciones civiles, de ofrecer el mensaje de Jesús sin imponerlo. Que no tenga miedo.

Si el elegido no tuviera evidentes dotes de gobierno, inmediatamente tendría que ser apoyado por un Secretario de Estado capaz de ayudarlo adecuadamente: también por este motivo muchos consideran indispensable que el nuevo elegido no confirme a los actuales colaboradores curiales hasta el plazo del lustro del nombramiento, pero que pida a todos la disponibilidad para ser sustituidos a lo largo de los primeros meses para poder formar un nuevo equipo. Y que sea capaz de hacer oír la voz del Papado a nivel internacional, sobre los grandes temas de la paz, del choque y del encuentro entre civilizaciones, en la relación con otras religiones, como hizo el mismo Wojtyla.

Aunque está incluido en el pack de santo, especifico la humildad y sencillez, porque cargo tan importante puede provocar orgullo, seguridad y prepotencia y sólo la humildad, la desaparición del yo, permitirá que Dios actué a través de él.
Recuerdo que durante la elección de Juan Pablo I y Juan Pablo II un comité americano para la elección de un papa puso como condición que supiera sonreír. Ambos, y también Benedicto XVI, supieron sonreír. Pero más allá de una expresión del rostro, el mundo necesita esperanza salvadora frente a tantos catastrofismos.
Además de esa sonrisa que conlleva el evangelio, es urgente que el nuevo Papa que sea capaz de hablar al mundo, anunciando positiva y propositivamente el mensaje evangélico, y que intente superar límites y obstáculos para alcanzar también a los que están lejos de la fe, como había hecho con su sonrisa Juan XXIII, el “papa bueno”.
Se ha dicho que Benedicto XVI no ha podido hacer los cambios que pretendía en la curia y según expresión del director de L’Osservatore Romano que estaba “rodeado de lobos”. Hace faltar vigor espiritual y físico para emprender las reformas que necesita la Iglesia.
Por ello tendrá que parecer más un pastor que un jefe de Estado, y es por eso que, no obstante las razones de seguridad, ya muchos cardenales verían de buen grado una redimensión de los guardaespaldas que rodean al Papa, así como una mayor sobriedad en los ritos que celebra.
Otro facto importante es que sea  un hombre de mundo, que no significa “ser del mundo”, sino estar en el mundo con conocimiento del mismo. No un papa de gabinete, encerrado en su santuario y aislado de la vida. Tampoco un papa de viajes preparados en los que no acaba de salir de la burbuja y hablar con la gente real. Un papa que no sólo hable, sino que sepa escuchar y, sobre todo, que dialogue con la cultura actual.
Luego, el perfil ideal prevé que también tenga trazos carismáticos, capaz de expresar el rostro de una Iglesia comunicativa, como supo hacer Juan Pablo II. Pero el oficio de papa está lleno de condicionamientos para el que se sienta en la Sede Apostólica. Ha de mirar sobre todo a su conciencia y delante de Dios tomar decisiones. El último acto de Benedicto XVI ha sido en este sentido un maravilloso ejemplo.
Desde esa libertad interior debe evitar ser condicionado por unos en detrimento de otros. Por ello debe evitar pertenecer a familia o movimiento religioso alguno, para que sea de todos. Me inclinaría, si es que existe el candidato con las diversas cualidades reseñadas, que perteneciera al Tercer Mundo, particularmente a América Latina donde vive casi la mitad de la catolicidad.
Lo que más faltará a la Iglesia, serán sus catequesis y sus homilías, así como sus diálogos y sus improvisaciones. Es difícil imaginar quién pueda aspirar a retomar la herencia de un magisterio tan profundo y esencial, cuya riqueza seguirá a disposición de su sucesor, sea quien sea.
Todas las bienaventuranzas se pueden resumir en “los pobres son evangelizados”. El nuevo papa debe tener en el corazón sobre todo el lado oscuro del planeta, el que no cuenta, el del hambre y la injusticia. Quizás sea prematuro, pero sería poco que al final de su pontificado se le pudiera llamar “el papa de los pobres“.
Con afecto,

1 comentario:

  1. Estupendo artículo, amigo Antonio; gracias por tus palabras iluminadoras. Además, estamos con el nuevo Papa que venga..., ¡seguro que será el que conviene a la Iglesia de Cristo, la de los pobres, marginados y explotados de este mundo! En todo caso, rezaremos para que así sea... Un abrazo.

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