EL
NUEVO PAPA QUE ESPERAMOS PARA CONDUCIR ESTA PATERA
Sacerdote-periodistaQuerido cofrade:
En
su última audiencia pública como Papa, en una plaza San Pedro llena de
cardenales y de fieles, el papa Benedicto XVI trató de explicar nuevamente la
razón de su renuncia sin precedentes: “No abandono la Cruz”. Los de fuera y
parte de dentro de la Iglesia lo han crucificado.
El
anillo del pescador y el sello papales han sido destruidos. Ha comenzado la
sede vacante marcada por un hecho significativo: los guardias suizos que se
encargan de cuidar al Papa, han dejado Castel Gandolfo, porque a partir de ese
momento ya no hay Papa. Estamos en “sede vacante”. El martes comienza el
Cónclave.
Ahora
comienzan las cábalas en todos los medios de comunicación y foros. El creyente
no puede entrar en el campo de las quinielas, sino en el campo de la plegaria
al Espíritu para que tenga la Iglesia el Papa que necesita.
¿Y
qué Papa necesita hoy la Iglesia del siglo XXI? Rezaré cada día para que el
Espíritu nos dé el Papa que necesitamos para seguir en esta patera que es la
Iglesia.
Hoy
la Iglesia necesita un Papa no demasiado anciano y con buen vigor físico. Ni
muy viejo ni muy joven. Psicológica y físicamente maduro con capacidad física y
espiritual para afrontar los desafíos de un tiempo difícil.
La
edad y la fuerza física, esta vez, están destinadas a ser importantes. Como lo
fueron en el segundo cónclave de 1978, que se desarrolló después de la muerte
repentina e inesperada del Papa Luciani: Los electores eligieron como sucesor a
un cardenal de 58 años. Benedicto XVI, al renunciar, dijo: «En el mundo de hoy,
sujeto a rápidas transformaciones y sacudido por cuestiones de gran relieve
para la vida de la fe, para gobernar la barca de San Pedro y anunciar el
Evangelio, es necesario también el vigor tanto del cuerpo como del espíritu”.
Aunque
la posibilidad de la renuncia, después del precedente de Ratzinger, podría
abrir la puerta incluso a un sucesor muy joven, muchos cardenales parecen
juzgar más probable una edad alrededor de los 65-70 años. Sesenta y cinco años
es la edad a la que fue elegido Pablo VI, el Papa que había trabajado décadas
en la Secretaría de Estado y la conocía tan bien como la palma de su mano. Una
cierta práctica de los mecanismos curiales se exige del candidato ideal, porque
una de las prioridades del próximo Pontificado la reforma de la Curia romana,
una redimensión de la Secretaría de Estado y una mayor colegialidad.
Los
fieles esperan, por otra parte, a un Papa pastor capaz de proponer el mensaje
positivo. Es decir un hombre de Dios, de oración y a ser posible de experiencia
mística. Esperamos un Papa que esa luz interior que le permita, por encima de
la norma y el encorsetamiento canónico, mirar más allá de la Curia, los dogmas,
el Derecho y las convenciones para hacer caso al Espíritu, que “sopla donde
quiere y como quiere”.
Entonces,
el próximo Papa tendría que tener las cualidades de un reformador y la
determinación demostradas por Pío X al empezar el siglo XX.
A
los cincuenta años del concilio Vaticano II todos los especialistas serios
afirman que hay asignaturas pendientes en su realización. Frente a la
involución actual y una actitud a la defensiva de parapetarse en los castillos
de invierno ante una sociedad considerada enemiga de la Iglesia, hay que
volver a la plaza pública y recobrar el concepto de pueblo de Dios, de
ecumenismo, de libertad, de independencia de los poderes públicos, de no
pretender bautizar las instituciones civiles, de ofrecer el mensaje de Jesús
sin imponerlo. Que no tenga miedo.
Si
el elegido no tuviera evidentes dotes de gobierno, inmediatamente tendría que
ser apoyado por un Secretario de Estado capaz de ayudarlo adecuadamente:
también por este motivo muchos consideran indispensable que el nuevo elegido no
confirme a los actuales colaboradores curiales hasta el plazo del lustro del
nombramiento, pero que pida a todos la disponibilidad para ser sustituidos a lo
largo de los primeros meses para poder formar un nuevo equipo. Y que sea capaz
de hacer oír la voz del Papado a nivel internacional, sobre los grandes temas
de la paz, del choque y del encuentro entre civilizaciones, en la relación con
otras religiones, como hizo el mismo Wojtyla.
Aunque
está incluido en el pack de santo, especifico la humildad y sencillez, porque
cargo tan importante puede provocar orgullo, seguridad y prepotencia y sólo la
humildad, la desaparición del yo, permitirá que Dios actué a través de él.
Recuerdo
que durante la elección de Juan Pablo I y Juan Pablo II un comité americano
para la elección de un papa puso como condición que supiera sonreír. Ambos, y
también Benedicto XVI, supieron sonreír. Pero más allá de una expresión del
rostro, el mundo necesita esperanza salvadora frente a tantos catastrofismos.
Además
de esa sonrisa que conlleva el evangelio, es urgente que el nuevo Papa que sea
capaz de hablar al mundo, anunciando positiva y propositivamente el mensaje
evangélico, y que intente superar límites y obstáculos para alcanzar también a
los que están lejos de la fe, como había hecho con su sonrisa Juan XXIII, el
“papa bueno”.
Se
ha dicho que Benedicto XVI no ha podido hacer los cambios que pretendía en la
curia y según expresión del director de L’Osservatore Romano que estaba
“rodeado de lobos”. Hace faltar vigor espiritual y físico para emprender las
reformas que necesita la Iglesia.
Por
ello tendrá que parecer más un pastor que un jefe de Estado, y es por eso que,
no obstante las razones de seguridad, ya muchos cardenales verían de buen grado
una redimensión de los guardaespaldas que rodean al Papa, así como una mayor
sobriedad en los ritos que celebra.
Otro
facto importante es que sea un hombre de mundo, que no significa
“ser del mundo”, sino estar en el mundo con conocimiento del mismo. No un papa
de gabinete, encerrado en su santuario y aislado de la vida. Tampoco un papa de
viajes preparados en los que no acaba de salir de la burbuja y hablar con la
gente real. Un papa que no sólo hable, sino que sepa escuchar y, sobre todo,
que dialogue con la cultura actual.
Luego,
el perfil ideal prevé que también tenga trazos carismáticos, capaz de expresar
el rostro de una Iglesia comunicativa, como supo hacer Juan Pablo II. Pero el
oficio de papa está lleno de condicionamientos para el que se sienta en la Sede
Apostólica. Ha de mirar sobre todo a su conciencia y delante de Dios tomar
decisiones. El último acto de Benedicto XVI ha sido en este sentido un
maravilloso ejemplo.
Desde
esa libertad interior debe evitar ser condicionado por unos en detrimento de
otros. Por ello debe evitar pertenecer a familia o movimiento religioso alguno,
para que sea de todos. Me inclinaría, si es que existe el candidato con las
diversas cualidades reseñadas, que perteneciera al Tercer Mundo,
particularmente a América Latina donde vive casi la mitad de la catolicidad.
Lo
que más faltará a la Iglesia, serán sus catequesis y sus homilías, así como sus
diálogos y sus improvisaciones. Es difícil imaginar quién pueda aspirar a
retomar la herencia de un magisterio tan profundo y esencial, cuya riqueza
seguirá a disposición de su sucesor, sea quien sea.
Todas
las bienaventuranzas se pueden resumir en “los pobres son evangelizados”. El
nuevo papa debe tener en el corazón sobre todo el lado oscuro del planeta, el
que no cuenta, el del hambre y la injusticia. Quizás sea prematuro, pero sería
poco que al final de su pontificado se le pudiera llamar “el papa de los
pobres“.
Con
afecto,
Estupendo artículo, amigo Antonio; gracias por tus palabras iluminadoras. Además, estamos con el nuevo Papa que venga..., ¡seguro que será el que conviene a la Iglesia de Cristo, la de los pobres, marginados y explotados de este mundo! En todo caso, rezaremos para que así sea... Un abrazo.
ResponderEliminar