FOTOS MANOLO GUALLART
JCV.-El antiguo Convento de Santo Domingo, en la plaza de Tetuán, uno de los más emblemáticos lugares vicentinos, fue el marco de la Exaltación e Imposición de la Medalla Acreditativa a la
Honorable Clavariesa de las Fiestas Vicentinas 2013, Carmen Lapuente Pla. Estuvo acompañada por su familia y amigos y representantes de todo el mundo vicentino.
Fue recibida con flores por el presidente de JCV.
Entraba con presidente de JCV y mantenedor .
Brillante fue la actuación de la Coral de la Universidad Católica San Vicente Mártir
Carmen
Lapuente recibió la partitura de “Canto a San Vicente Ferrer”, estreno en dicha noche, obra del compositor y director del Coro de la UCV, Juan Montesinos Sánchez,
quien le hizo entrega de la misma.

que le impuso el presidente de JCV, Francisco Lledó.
Actuó
como Mantenedor el Vicepresidente del Consejo General del Poder Judicial,
Fernando de Rosa Torner, activo vicentino, quien dijo lo siguiente:
"Con vuestra venia Honorable Clavariesa, Ilma. Sra.
Doña Carmen Lapuente:
Excmo. Sr. D. Jerónimo
de Gregorio Monmeneu, General de Brigada Jefe del Estado Mayor Nacional
Ilmo. Sr. D. Francisco
Lledó Aucejo, Presidente de la Junta Central Vicentina.
Reverendo Don Álvaro
Almenar Picallo, Secretario Particular del Arzobispo de Valencia.
Excmas. e Ilmas.
Autoridades civiles y militares.
Miembros de la Junta
Central Vicentina
Honorables Clavariesas
Presidentes de los
altares y cofradías
Presidenta de la
Asociación de Damas de San Vicente Ferrer
Clavarios Mayores,
infantiles y reina.
Vicentinos todos.
Permítanme, en primer
lugar, que agradezca al Presidente y miembros de la Junta Central Vicentina,
así como a Carmen Lapuente, Honorable Clavariesa de las Fiestas Vicentinas de
2013, la oportunidad que me han brindado de asumir la función de mantenedor de este
acto tan significativo que sirve como punto de unión para todos aquellos que
creemos firmemente en San Vicente.
¿Y saben por qué? Porque
cada año a través de la familia vicentina se recuerda su figura y se
sigue manifestando nuestra fe y admiración más profunda por su vida y por su
fiesta, compartiendo experiencias y construyendo, día a día, fuertes lazos de
amistad, respeto y cariño que se van fortaleciendo a través del tiempo.
En consecuencia, los que
tenemos la suerte de formar parte de este mundo también tenemos la obligación
de ser sus mensajeros para así mantener la fe y transmitir el legado que Él nos
dejó.
Legado que se
caracterizó por su incesante apostolado, acompañado de una incansable
intervención en los grandes acontecimientos políticos y sociales de la época.
Y sus aportaciones,
siempre decisivas y pacificadoras, fueron realizadas desde un extraordinario
sentido de la justicia, de la unidad y de la paz.
Por ello, ser vicentino
no es una mera condición social, sino un modo de vida; una vida de servicio, de
apostolado y comprometida con los problemas de una sociedad en la que pocas
situaciones son novedosas.
En consecuencia, los
creyentes en Dios y en San Vicente debemos ser claros en lo que queremos,
siendo jueces de nuestra verdad y actuando acorde con ello. Y para eso es
indispensable tener, o regirnos, por un código ético y moral preferiblemente
personal, dejando las masas a un lado, olvidando lo que es socialmente
“aceptable” para seguir lo que para nosotros es correcto.
Todo ello, con la
esperanza que nos hace creer que, por encima de todo, está la fuerza de la fe,
que nos asegura que aquello que se hace, por pequeño que sea, para mantener y
conservar las creencias, no se puede perder porque Dios no quiere que eso
ocurra. Y siempre teniendo en cuenta que San Vicente es nuestro modelo y
nosotros somos su voz.
Voz que debe transmitir
y enseñar que la figura de nuestro patrón fue relevante en su época y que
todavía hoy lo sigue siendo ya que sus enseñanzas, sus milagros y los lugares
en los que vivió y predicó siguen presentes en nuestra cultura.
Y, de esta forma, los
vicentinos somos perfectamente conscientes de lo importante que es trasladar su
historia a las nuevas generaciones para que, de esa forma, ese legado del que
hablaba con anterioridad, no se pierda y puedan así alcanzar a comprender y a
valorar la figura de nuestro Patrón como modelo cristiano.
Recordando su figura es
evidente que San Vicente fue un santo de personalidad muy acusada y, al mismo
tiempo, muy diversa, destacando tanto en su vida cotidiana como en la
religiosa.
Y, como he dicho, fue
relevante en su época, como lo sería, sin lugar a dudas, si hubiese vivido en
la actualidad.
Así, a pesar del mundo
en guerra que le tocó vivir, fue mensajero de paz y gran defensor de la no
violencia, predicando la concordia y la unión allá donde se encontraba.
Y, en la actualidad,
también estamos atravesando momentos difíciles, tiempos de crisis donde las
convulsiones y los conflictos encuentran su mejor escenario.
Y es en estas
circunstancias cuando más se necesita la presencia de grandes hombres como él
o, cuanto menos, contar con sus enseñanzas y ser conscientes de que la sociedad
debe recuperar el valor de las ideas y de los principios éticos, los valores
que la hacen fuerte, los valores con mayúscula.
Y la Justicia, la Paz,
la Solidaridad y la Familia, son algunos de estos valores.
Por ello, nos recordaría
lo que siempre proclamaba antaño: “Hay que entrenar la mente y el espíritu para
saber vivir en paz en medio de las tempestades del mundo” y nos pediría que
todos juntos lo pusiéramos en práctica.
Por otra parte, su
valencianía no le impidió tener una visión de unidad nacional y supo ver más
allá de la superficial división política. Por eso, también fue un gran español,
porque quiso contribuir políticamente a la construcción de nuestro Estado,
sentando las bases de lo que hoy se quiere para España, una España con
instituciones sólidas, democráticas y plurales desde la unidad.
Por ello San Vicente,
como gran orador y comunicador que fue, y haciendo gala de ese gran sentido de
la justicia y de la unidad, que con anterioridad mencionaba, tendría claro que
lo más importante es contar con una España común, fuerte y unida. Y es que como
dijo Eugenio d’Ors, escritor, ensayista, periodista y filósofo, San Vicente
Ferrer buscaba y quería la unidad de España.
Por otra parte, fue
también un teólogo muy activo que destacó en la cátedra y en los escritos,
dejando buena constancia de esta cualidad en sus sermones, donde tuvo buen
cuidado de elegir temas de actualidad, lo que nos viene a demostrar que no era
un intelectual desconectado de la realidad en la que vivía.
Y ese sólido bagaje
teológico lo adquirió mediante una profunda preparación que se prolongó durante
once años, y en la que se consagró como un gran conocedor de la figura y
enseñanzas de Santo Tomás.
Por ello si estuviera
con nosotros en la actualidad, en esta época que vivimos, donde la familia ya
no ocupa un lugar preferente en nuestra sociedad, y donde la falta de tiempo y
de diálogo puede conducir a una pérdida de normas y de creencias, tendría claro
que era el momento de predicar la fe e inculcar valores.
Y así con su voz sonora,
poderosa y llena de agradables matices y modulaciones; con su
pronunciación sumamente cuidadosa; con un lenguaje vivo, popular, rico en
ejemplos, de intensidad persuasiva y plasticidad y habilidad oratoria,
proclamaría que el creyente alcanza la certeza absoluta de la fe cuando al
fundamento racional se une la experiencia interior del espíritu.
Además, es cierto que el
siglo XXI ha traído consigo una atmósfera de crisis de fe, de valores, de
tradición y de costumbres.
Crisis que ha generado
falta de seguridad de certezas en la búsqueda de ideales y de espíritu de
sacrificio.
Y todo ello San Vicente
lo rebatiría mostrando al mundo el don más extraordinario que puede recibir el
ser humano: el don de la fe, y haría suya la frase de Juan Pablo II cuando
afirmaba: “Sin fe no hay auténtica teología”.
Por ello, por su
importancia, permítanme que me extienda en este punto.
Es cierto que la fe
tiene que pasar por el descubrimiento y la aceptación de Jesús como anunciador
de Dios. Creer no es solo una confianza, sino que tiene también un contenido.
Y bajo estas premisas y,
en estos momentos, en que esta próxima la fecha en que Benedicto XVI abandonará
su Pontificado, quiero recordar sus palabras sobre la fe cristiana, cuando
afirmaba “que ésta no es un puro sentimiento que podría aislarnos de los demás
y del mundo; antes al contrario, es el único camino para encontrar y comunicar
la vida”.
La Carta apostólica
“Porta fidei”, del Sumo Pontífice mediante la que se convocaba el Año de la Fe,
que comenzó el 11 de octubre de 2012 , en el cincuenta
aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II y terminará en la
solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, el 24 de noviembre de 2013 ,
es una invitación a vivir la fe, conocer sus contenidos y comunicarla a otros,
como puerta y camino hacia la vida en plenitud.
En ella Benedicto XVI
señala, entre otras afirmaciones, que “es el amor de Cristo el que llena
nuestros corazones y nos impulsa a evangelizar. Hoy como ayer, Él nos envía por
los caminos del mundo para proclamar su Evangelio a todos los pueblos de la
tierra. La fe, en efecto, crece cuando se vive como experiencia de un amor que
se recibe y se comunica como experiencia de gracia y gozo”.
Y, como no, esa fue
también la doctrina que incansablemente proclamó en su época San Vicente
y así hemos de continuar los cristianos como mensajeros de Jesús.
Y es que, sin duda
alguna, el cristiano debe vivir de la fe, ya que es lo que da sentido a ese
precioso regalo que es la vida.
Pero también es cierto
que comprender el sentido del dolor y del sufrimiento humano es uno de los
desafíos más complejos de la fe, y así lo señalaba John Stoff, importante
pensador cristiano.
Y es que nadie pone en
duda que, cuando a lo largo de nuestra existencia nos van ocurriendo
situaciones que generan dolor, la fe puede sentirse amenazada ante la
dificultad de entender y abordar las crudas realidades de nuestra existencia.
Pero, no es menos
cierto, que Dios nos da a los creyentes suficiente información para ayudarnos a
confiar en Él incluso en los malos momentos y, por ello, quien quiere ser un
verdadero discípulo de Cristo debe aprender a asumir con valor su tristeza y su
dolor, como hizo Jesús.
Nadie dice que sea fácil
pero la fe ayuda a soportar los peores momentos de nuestra vida, aunque no
siempre lo acertemos a percibir de esa manera.
Continuando con las
características de la figura de nuestro Santo Patrón, es cierto que San
Vicente en su peregrinar, dejó claro que la justicia de Dios es ética, equidad
y honestidad y que no existe sin misericordia.
La Justicia es la
voluntad constante de dar a cada uno lo que es suyo, como referente de rectitud
que gobierna la conducta y nos dirige a respetar los derechos de los demás.
Por esa razón, la
defensa que San Vicente hacía de los desamparados, de los marginados sociales y
de los más débiles, no debe ser ya considerada en nuestro tiempo como una obra
social, sino como una obligación de personas hacia otras personas.
Por ello, si se
encontrara entre nosotros nos recordaría que deberíamos poner en práctica lo
que siempre defendió cuando afirmaba:
“La pobreza y el
sufrimiento no están para que los entendamos, sino para que los resolvamos.”
O cuando añadía:
“Ninguna acción buena se pierde en este mundo. En algún lugar quedará para
siempre”
Pero, al mismo tiempo
intentaría, con esa fuerza interior que le caracterizaba, transmitir ese
mensaje a los pequeños, de generación en generación, educándolos en el respeto,
la solidaridad, la paz y la justicia.
Sin embargo, creo que no
sería lógico describir exclusivamente a un San Vicente predicador, sino que
igual de importante es dedicar unas palabras a su figura desde un punto de
vista puramente humano.
Y, bajo ese prisma, es
indudable que era un gran voluntarioso, con enormes aptitudes intelectuales.
Pero lo realmente
extraordinario en su personalidad humana es, sin duda, que la hipersensibilidad
de su espíritu y el profundo apasionamiento de su carácter están equilibrados
siempre por la tenacidad de fines, la lucidez de inteligencia, la serenidad de
juicio y la ponderación de su conducta.
San Vicente poseía una
perfección de carácter que, sin restar méritos a la persona humana, bien puede
verse en ella la milagrosa asistencia de Dios.
Y es que para comprender
al hombre no se puede prescindir del santo.
Un santo milagroso cuyo
culto se ha extendido y persiste por el mundo, con una profunda religiosidad
que se fue formando durante su juventud en el seno de una familia sólidamente
cristiana y en las famosas escuelas de la gran Orden Dominicana.
Pero también con una
clara devoción a la Virgen que se deja entrever en sus sermones, que son un
arsenal de honda piedad y de una sólida doctrina mariana.
Y, al igual que el
Santo, Carmen Lapuente, nuestra Honorable Clavariesa de este año, tiene una gran
devoción a la Virgen y, por supuesto a San Vicente, que ha sido, es y será un
referente en su vida; vida que siempre ha girado en torno a la FE.
Y todo ello lo corrobora
su vinculación a las fiestas vicentinas desde hace más de 10 años, haber sido
Clavariesa Mayor del Altar del Mercat en el año 2011 y Clavariesa de la Virgen
de los Desamparados de Patraix.
En consecuencia, a nadie
nos debe extrañar que hoy nos encontremos en este precioso recinto del antiguo
Convento de los Dominicos en Valencia, donde San Vicente Ferrer fue profesor y
Prior en el siglo XV, recordando su figura en la exaltación de Carmen como
Honorable Clavariesa, distinción que recibe, sin duda alguna, por méritos
propios indiscutibles.
A nivel personal, esta
valenciana que siempre ejerce como tal, ha sabido compaginar perfectamente
familia y trabajo.
Y ha sido así porque
tanto Carmen como Juan, su marido, han tenido claro que dentro de la familia se
forjan los valores y principios que deben acompañarles a lo largo de sus
vidas.
Pero
también tuvieron claro que el amor es un camino que se debe recorrer despacio,
disfrutando día a día y paso a paso.
Dios quiso que se
conocieran, y seguro que están agradecidos por el regalo que les hizo.
Por ello, Carmen, la
vida familiar, el amor de pareja, siempre con la fe por bandera, como se la
inculcaron sus padres a San Vicente desde pequeño, con una fervorosa devoción
hacia Jesucristo y la Virgen María, han sido y serán tus señas de identidad.
Como también lo ha sido
el amor a tus 4 hijos y a tus 3 nietos, que dentro de poco tiempo se verá
ampliado con el nacimiento del primer bebé de tu hija Amparo; todo ello, un
precioso legado y un ejemplo a seguir de familia cristiana.
Pero, es cierto que el
crear tu propio hogar no ha impedido que sigas siendo el punto de unión con tus
hermanos.
Esos hermanos, algunos
muy pequeños, que por circunstancias de la vida, tuviste que cuidar con apenas
17 años. Tu calidad humana ha hecho posible que sigáis siendo una gran
familia y que siempre te recuerden junto a ellos.
Aunque también te has
ganado con creces que el mundo vicentino te admire por ser tú misma, una mujer
auténtica, de gran personalidad y fiel a su forma de entender la vida, actuando
siempre según te dicta tu corazón y tu conciencia.
Por ello, que decir
tiene que todos los miembros del Altar del Mercat, al cual perteneces y te
conocen muy bien, te dan las gracias por tu buen hacer, tu generosidad, tu fe y
tu valía.
Valía, que heredaste de
tu abuela Josefina Tallada, tal y como lo plasmó el escritor y poeta más
importante de la Renaixença valenciana, Teodoro Llorente, en la poesía que le
dedicó siendo niña y que finalizaba diciendo:
“Que la goces muchos
años,
Que la goces muy
cumplida
Es lo que quiere este
viejo
Que contigo simpatiza,
Porque hace ya largo
tiempo
vio lo mucho que valías.
Pero también tu fe; esa
fe que te va a permitir sentirte mensajera de la palabra de San Vicente a lo
largo de este año en el que tienes el privilegio, como honorable Clavariesa, de
poder ensalzar su figura pregonando sus virtudes que, sin lugar a dudas, eran y
son símbolo de esperanza.
Sin embargo, todo ello
no te va a impedir que continúes siendo esa mujer alegre, de sonrisa
cautivadora y contagiosa, enamorada de tu trabajo (haciendo gala del día que
naciste: un 8 de marzo, día de la mujer trabajadora!), dispuesta siempre a
abrir las puertas de tu casa a todo el mundo, haciéndoles sentir que tu hogar
es el de ellos.
Basta mirarte para
comprobar que esta es una noche tan especial para ti, como lo fue la de tu
nombramiento. Por ello, te deseo de todo corazón que disfrutes como te mereces
de esta fiesta tan nuestra y, por supuesto, tan tuya.
Sé que serás muy feliz
siendo, como dije, embajadora de la figura de San Vicente, de sus enseñanzas y
de su fe.
Estoy convencido que
disfrutaras y aprenderás en compañía los miembros de los diferentes altares,
con los que compartirás momentos entrañables llenos de historia.
Y es que cada altar te
va a impregnar con su característica propia, pero percibirás que todos tienen
cualidades comunes: la extraordinaria labor que desarrollan, la perseverancia
en conservar las tradiciones, el ejemplo de fe y constancia y el esfuerzo que
realizan para que la llama del recuerdo de nuestro querido Maestro no se
extinga y se transmita de generación en generación.
Por ello, siempre
recordarás con ternura:
Al Altar de San Vicent
del Tossal, con 400 años de historia,
Al Altar de San Vicent
de la Pila Bautismal con sede en la Iglesia de San Esteban, donde se encuentra
la Pila de Bautismo del Santo.
Al Altar de San Vicent
del Carmen, donde la imagen del santo tiene una espectacular forma de subir a
su nicho, dando la apariencia de que sobrevuela las cabezas de los asistentes.
Al Altar de Sant Vicent
de Russafa, que fue el primero que acudió a ofrendar flores a San Vicente la
mañana de su festividad.
Al Altar de Sant Vicent
del Pilar, a quien Alfonso XII le otorgó el título de “Real”.
Al Altar de Sant Vicent
del Mar, fundado en 1561 e íntimamente ligado al Colegio Imperial de Niños
Huérfanos de San Vicente
Al Altar de Sant Vicent
del Mercat Colón, fundado en 2008 lo que demuestra que sigue viva la ilusión
por nuestro Patrón.
Al Altar de Sant Vicent
del Mocadoret, que tiene su origen en un milagro atribuido a San Vicente
en 1385 cuando estaba predicando en la plaza del mercado.
Al Altar de Sant Vicent
del Ángel Custodi que presenta el miracle en la octava del santo.
Al altar de Sant Vicent
de la Playa, de gran tradición en la festividad de la Semana Santa
Marinera y Sant Vicent.
Al altar de los niños de
la calle de San Vicente, que cuenta con más de 380 años de historia y quizás
sea la que más socios aporta.
Y, al altar de Sant
Vicent del Mercat, tu querido altar, en el que todos unidos formáis una
gran familia, tomando como referente el legado vicentino.
Pero también guardarás
un precioso recuerdo de los altares de Sant Vicent de Ribarroja, Mislata,
Xirivella, La Cañada, Lliria y Meliana, y comprobarás la magnífica labor que
desarrollan y su buen hacer para mantener pervivencias del teatro religioso
popular.
Termino con la
convicción de que siempre, en cualquier momento y lugar, será importante
recordar la actuación ingente, milagrosa y sobrenatural de San Vicente Ferrer,
quien seguro que hubiera hecho suya la frase de Pablo VI:
“Si quieres la
paz, lucha por la justicia”, invitándonos a no olvidarlo.
Deseo de corazón que
todos los vicentinos disfrutemos de esta maravillosa fiesta y que, generación
tras generación, orgullosos de ser valencianos y amantes de nuestras
tradiciones, las calles de Valencia vibren con la festividad de San Vicente.
Por ello, qué mejor que
finalizar mi intervención con una oración a nuestro querido patrón:
“Amantísimo Padre y
Protector mío, San Vicente Ferrer! Alcánzame una fe viva y sincera para valorar
debidamente las cosas divinas, rectitud y pureza de costumbres como la que tú
predicabas, y caridad ardiente para amar a Dios y al prójimo.
Tú, que nunca dejaste
sin consuelo a los que confían en ti, no me olvides en mis tribulaciones. Dame
la salud del alma y la salud del cuerpo. Remedia todos mis males. Y dame la
perseverancia en el bien para que pueda acompañarte en la gloria por toda la
eternidad. Amén.”
Gracias a todos por
escucharme y buenas noches.
Vixca València!
¡Vixca Sant Vicent
Ferrer!
MUCHAS GRACIAS".

Una cena de gala en Alameda Palace
puso el punto final a una intensa jornada vicentina a la que no suelen faltar anteriores honorables
y tras los postres los parlamentosdel presidente de JCV
y de la propia Honorable.
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