Carta a un cofrade
EL CRISTIANO DISTINGUIDO ES EL QUE SIRVE
Sacerdote-Periodista
Querido cofrade:
Jesús, subiendo a Jerusalém, habló a los apóstoles de lo que
le esperaba: Luchas, la pasión, la muerte en la cruz. Se lo comunicó a los
suyos, y éstos se quedaron espantados. Por más que Jesús les hablaba de que
todo aquello era necesario, y que después resucitaría, los pobres discípulos no
entendían nada.
Así dice el Evangelio:
“Jesús atravesaba la Galilea de escondidas, porque no quería
que ninguno lo supiese. E instruía a sus discípulos diciéndoles: Estoy a punto
de ser entregado en manos de los hombres, y me matarán; pero, una vez muerto,
resucitaré”
¿Verdad que más claro, imposible?... Con todo, sigue
diciéndonos el Evangelio: “Pero ellos no comprendían estas palabras y tenían
miedo de pedirle explicaciones”
Caminaban hacia Cafarnaúm, y por lo visto iba Jesús solo,
meditabundo, mientras que los Doce se entretenían en una acalorada discusión.
Jesús no interviene. Espera llegar a casa, y cuando ya están en ella, les
pregunta, serio pero comprensivo: “¿De qué veníais discutiendo por el
camino?”
Todos se callan como petrificados. Porque la discusión había
versado sobre un asunto trascendental, a saber: “¿Quién de todos es el más
importante?”
Ya veían que Pedro era el distinguido de veras, y hasta le
había prometido Jesús ponerle al frente del Reino. Y los otros, ¿en qué orden
iban a ocupar los diversos cargos o ministerios?... Ya vemos lo que entendían
del camino de la cruz. De esto no se les quedaba nada...
Ante el silencio de todos, se sienta Jesús, los hace
sentarse también a su alrededor, y les adoctrina:
“¿Hay alguno que quiera ser el primero de todos?... Pues,
que se ponga el último de todos y que quiera ser el servidor de todos. ¡Ése se
constituye en el primero y el más importante!”
Y realiza entonces un gesto que no se nos olvidará jamás en
la Iglesia. Llama a un niño pequeñito de la casa o que está jugando en la calle
—representación viva de todos los humildes y de los pobres—, lo coloca en medio
del corro, lo abraza tiernamente, y les dice:
“Quien acoge a uno de estos pequeños en mi nombre, me acoge
a mí. Y quien me acoge a mí, no es a mí a quien acoge, sino a Dios mi Padre que
me ha enviado.”
Querido cofrade y amigo de Jesús: Es éste uno de esos
pasajes clave en el Evangelio de Jesús. Y la Iglesia lo va a tener presente
como un precepto capital del Señor: ¡la humildad! ¡el servicio a los demás! ¡el
ponerse en el último puesto escogido voluntariamente! ¡el hacerse niños! ¡el
acoger a los pobres!... En una palabra, el ser como Jesús, que no vino a ser
servido sino a servir...
Hoy nosotros entendemos esta enseñanza de Jesús con relativa
facilidad. Lo hemos contemplado a Él colgando del madero después de una pasión
horrorosa... Hemos visto en la Iglesia multitud de santos que han seguido sus
huellas y se han dado a las obras más heroicas de caridad... Observamos cada
día cómo tantos hermanos nuestros se entregan a las obras más humildes y
escondidas, hechas todas con un espíritu de servicio y un desinterés que no se
hallarán en otra parte...
Pero los apóstoles tenían la mentalidad de su pueblo. ¿Y
cómo esperaba Israel al Mesías? Repetimos muchas veces esta idea, porque es
necesaria para entender a Jesús en tantos hechos de su vida.
Para Israel, el Cristo futuro tendría una dimensión política. Haría
su aparición entre las nubes del cielo. Pondría en fuga a todos los enemigos, y
haría de Israel un reino poderoso, rico y lleno de esplendor sobre todas las
naciones. ¿No lo entendemos tu y yoi así muchas veces?
Viene ahora Jesús —que no niega y hasta confiesa ser el
Cristo prometido—, y va en una dirección completamente contraria.
¿La salvación? ¡Sí! Pero no contra el poder de los romanos
opresores, sino contra Satanás y el pecado...
¿Riqueza? ¡Sí! Pero no como la de Salomón, el rey en cuyo
tiempo corría el oro por las calles...
¿Gloria? ¡Sí! Pero la que le viene de su Dios, que hará de
Jerusalén la ciudad santa, hacia la cual afluirán todos los pueblos en pos del
Cristo el Salvador, luz de todas las gentes y la gran gloria de Israel...
Entonces, cuando quede establecido el Reino, ¿quiénes van a
ser los más distinguidos? La Iglesia, encargada por Jesús para llevar adelante
la obra del Reino, lo ha entendido perfectamente.
El cristiano más distinguido no es el del primer puesto,
sino el del último lugar.
El cristiano más brillante no es el de más talento, sino el
más humilde y escondido.
El cristiano más honrado no es que más luce, sino el que
mejor sirve.
El cristiano más apreciado no es el que más tiene, sino el
que reparte más.
El cristiano más meritorio es el que abraza al niño, el que
se coloca en medio de los más pequeños, el que está junto a la cama del
enfermo, el que se mete entre los detenidos de la cárcel, el que es todo
corazón con los pobres...
¿Te apuntas? ¿Qué difícil?
Un abrazo,
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